Cuentan los más viejos que un día un mapuche del llano llevó a sus hijos - una niña y un niño - a recoger piñones (pepas de la araucania) para el invierno. En eso estaban, cuando, de repente, sobrevino un cataclismo (cambio de tiempo abrupto) de fuertes vientos y lluvia. El mar empezó a crecer (p.257) y los ríos a desbordarse. Las aguas subieron hasta una roca que servía para guarecer (salvar) a la aterrada familia. No había más que esperar a que las aguas bajasen un poco para volver al hogar. El padre, en su afán (búsqueda) por encontrar una salida, resbaló y cayó en el abismo, y desapareció para siempre. Los niños quedaron solos, y no hacían más que llorar y pedir ayuda.
Poco después, un enorme árbol se desprendió (se soltó) del suelo y, al golpear en la granítica pared, una zorra y un puma saltaron del tronco a la roca donde estaban los niños. Nada hicieron contra los niños muertos de miedo. Al bajar las aguas, las fieras tenían tanta hambre, que tuvieron intención de devorar a los dos niños. Pero eran tan pequeños y lloraban tanto, que se compadecieron (tenían piedad) de ellos. El puma los cargó en su lomo (espalda) y los llevó a su cueva, donde ambos carnívoros los alimentaron con el producto de sus cacerías (cazas). Con el tiempo, los cuatro comenzaron a tener una vida en común. De allí surge que los mapuches adquirieron la fuerza del puma y la astucia de la zorra