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"Como los poetas y los cantantes son poco partidarios de las realidades previsibles, juegan a desordenar los papeles de la representación. El poeta Gabriel Celaya, junto con Amparo Gastón, publicó un libro titulado Ciento volando (1953), con el deseo de buscar canciones en los vientos de su musa. El cantante Joaquín Sabina publica ahora otro Ciento volando, con la intención de buscar sonetos, la forma reina en las tradiciones de la poesía escrita. (...) Joaquín Sabina es cantante y poeta. Por ajustar más: no un cantante metido a poeta, sino un poeta metido a cantante. (...) Pegados a la existencia en el amor y en las iras, en los valores abstractos y en los detalles cortesanos, en los homenajes de amistad y en las polémicas hirientes, los versos de Joaquín Sabina, siguiendo la lección de los sonetistas del Siglo XVII, cruzan por las calles de Madrid, entran en las alcobas, saltan por las ventanas de los palacios, se manchan con el barro de las plazas, cuelgan sambenitos, prestan atención a los rumores de los papeles volanderos, olfatean las noticias del viento, regalan cielos e infiernos y, entre soledades y abrazos, retando a duelo o acariciando hermosas cabelleras, componen una crónica de la realidad a través de los quevedos del poeta. Las consignas vitales de sus ojos, enredadas en los embelecos de la noche y en los corros de las esquinas, se hacen estilo, anáfora, rima interna, aliteración, enumeración, paradoja, manipulación de las frases hechas y arte de las correspondencias sentimentales en los quiebros imprevistos. La pintura que Joaquín Sabina está haciendo de nuestra época es una melodía de doble filo, porque ilumina la soledad que hay en una sonrisa, el hogar que se esconde en una habitación de hotel, los pecados que arden en la firmeza de los puritanos, las mil ciudades que viven en cada ciudad, los mil y un abrazos que caben en un solo abrazo, el humo de las pasiones apagadas, las tabernas del mar, la espuma de las noches. (…) Al lado de su guitarra, Joaquín Sabina atesoraba voluntad y lecturas de poeta en la Granada universitaria y antifranquista de los años sesenta, y con ellas se fue al exilio londinense para huir de la policía española y encontrarse con la música de Bob Dylan y de los Rolling Stones. Sus saberes literarios, sus lecturas de Quevedo o de César Vallejo, le facilitaron los recursos imprescindibles para escribir algunas de las mejores canciones de la segunda mitad del Siglo XX, pero también le hicieron comprender las diferencias que hay entre un poema y una canción." (Fragmentos de “El Mundo de Joaquín Sabina”, escrito por Luis García Montero. Prólogo de Ciento Volando de catorce, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2006)
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