Alguna vez, en la Argentina convivieron dos mundos, el de la pampa y pajonal al que llamaron barbarie y el otro, el del pavimento, ferrocarril y puertos modernos. Sí, ese país albergó dos mundos irreconciliables, ajenos el uno del otro como una penitencia que habría de cumplirse por el rigor de la espada o la indiferencia... No se conocían. Se desconfiaban. Se temían. Pero existió un hombre que supo vivir aquellos dos mundos. Mejor dicho, hubo un hombre que fue habitado por estos dos mundos, irremediablemente separados por la intolerancia, como si conociese el secreto de la reconciliación... que tuvo una vida tan breve y tan intensa que necesitó varias vidas para vivirla de una sola vez... así tan breve, así tan itensa... Quienes lo conocieron dicen que se llamaba Fray Mocho, o Nemesio Machuca, o Fabio Carrizo o también Gamín, Gavroche, Stick, tal vez Juvencio López, o Pancho Claro, o Santos Vega, o quizás Fray Ojitos y presumiblemente Sargento Pita, y por qué no Figarillo. En cambio quienes lo olvidaron nunca pudieron sepultar su verdadero nombre... José Ceferino Alvarez. Fue tal vez muchos hombres... pero jamás dejó de ser aquel que recorrió los mundos mostrando el corazón...