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29- EL TRIGO DE LOS POBRES
29- EL TRIGO DE LOS POBRES
Descripción:

Nos acusaron de herejes y de vulgares.Pero en los campos del Baoruco dominicano y en los barrios de Managua la gente descubría un nuevo rostro de Jesús de Nazaret, moreno y sonriente. Un tal Jesús fue primero una radionovela en doce docenas de capítulos. Nuestro desafío era grande: poner humor y lenguaje cotidiano en los esquemáticos relatos del Evangelio, presentar a Jesús como un hombre real apasionado por la justicia, reconstruir el escenario histórico y cultural en que vivió. Y a todo esto, ponerle un punto de sal latinoamericana.

Libreto:
El día en que el granizo arruinó el trigo a punto de segar era sábado.(1) Todo Israel descansa en sábado. Las mujeres no encienden el fogón ni los hombres van al campo. El séptimo día de la semana está consagrado a Dios. Pero aquel sábado no fue para nosotros un día de descanso. Estábamos reunidos en la colina de las Siete Fuentes, la que mira hacia el lago, con los campesinos de Cafarnaum que habían perdido su cosecha.

Hombre - Este año será malo, sí. Será un año de hambre.

Vieja - ¡Todo se ha perdido, el granizo acabó con todo!

Mujer - Con todo no, vieja. En la finca de Eliazín hay mucho trigo que no se ha dañado.

Hombre - Y en la del terrateniente Fanuel lo mismo.(2) Esos granujas tienen tanta tierra y tantos graneros que ni el cielo puede arruinarlos.

Mujer - Los ricos siempre caen de pie, como los gatos. Esos nunca pierden. Ahora subirán los precios. ¡Venderán la harina como polvo de oro!

Hombre - Y a nosotros que nos parta un rayo, ¿no?

Muchacho - ¿Y qué remedio nos queda? ¡Apretarnos más la correa! ¡Contra el cielo nada se puede hacer!

Vieja - Contra el cielo no, pero contra esos acaparadores, sí.

Hombre - ¿Anjá? ¿Y qué podemos hacer? ¿Meternos en su finca?

Vieja - ¿Y por qué no? ¿Qué decían las leyes antiguas? Que los pobres recojan lo que sobra en la finca de los ricos para que nadie pase necesidad en Israel.

Hombre - La vieja Débora tiene razón. Moisés mandó a los ricos que dejaran los rastrojos para que los infelices podamos comer.

Mujer - ¿Cómo? ¿Eso dijo Moisés? ¡Pues vamos a cumplir la ley de Moisés, qué caray!

Cuando la mujer del campesino Ismael dijo aquellas palabras todos nos miramos indecisos. Los hombres nos rascábamos la cabeza y las mujeres cuchicheaban unas con otras.

Mujer - ¿A qué esperamos? ¿No dijo el forastero de Nazaret y todos ustedes que Dios está de nuestra parte y que las cosas van a cambiar? ¡Pues vamos a darle un empujoncito para que cambien más pronto! ¡Ea, vamos a arrancar espigas en la finca de Eliazín!

Hombre - ¡Sí, sí, vamos allá, vamos!

Vieja - ¡Un momento, un momento! Vamos allá, sí, pero sin correr y sin alborotar, que eso también lo mandó Moisés cuando llevó a los israelitas por el desierto en orden de campaña. ¡Y la justicia, cuando se reclama con buena forma, es más justa todavía!

Todos - ¡Bien dicho, abuela! ¡Andando, compañeros!

Con la mujer de Ismael y la vieja Débora a la cabeza, todos nos pusimos en movimiento, colina abajo, hacia la enorme parcela que comenzaba al norte de las Siete Fuentes. Muchas millas de tierra fértil, propiedad del poderoso Eliazín.

Hombre - Pero, ¿ustedes se han vuelto locos? ¿A dónde vamos? ¡Eso no se puede hacer!

Mujer - ¿Quién dijo que no?

Hombre - Pero, ¿cómo vamos a colarnos en la finca de ese señor, así por las buenas, y ponernos a cortar espigas?

Mujer - El avaro de Eliazín todavía tiene los graneros llenos de la cosecha anterior.

Hombre - Sí, pero...

Mujer - ¡Ningún pero! ¡A ése le sobra!

Hombre - ¡Y a nosotros nos falta! ¡Vamos, vamos todos juntos! ¡En el nombre de Dios!

Éramos un ejército de harapientos. Chapoteando por el campo, resbalando en la ladera lodosa, nos fuimos acercando a los postes que marcaban la propiedad de Eliazín. El granizo había arruinado los sembrados, pero la finca era tan grande que quedaban, salpicadas aquí y allí, muchas espigas que no se habían estropeado.

Hombre - ¡Miren, todavía queda bastante trigo!

Vieja - ¡Pues vamos a arrancarlo! ¡Y no se preocupen, que Rut comenzó así mismo y miren lo bien que le fue al final!

Nos desperdigamos por los trigales inundados, igual que un hormiguero se desparrama después de la tormenta. Enfangados hasta las rodillas comenzamos a cortar las espigas fuertes que habían soportado la violencia del temporal. Los hombres sacaron los cuchillos y empezaron a segar. Detrás de ellos, las mujeres iban echando en sus faldas el trigo mojado.

Vieja - ¡Recojan todo lo que puedan, todo lo que les quepa en el regazo! ¡Llévense una medida llena, repleta hasta el borde del vestido!

Hombre - Oye, vieja, ¿y no estaremos haciendo algo malo?

Vieja - ¡Ay, mi hijo, yo no sé, pero dicen que ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón!

Hombre - Y tú, el de Nazaret, ¿qué piensas de todo esto?

Jesús - Pues yo lo que pienso es que tenemos que... ¡ay!

Hombre - ¡Cuidado, Jesús!

Jesús resbaló y cayó sentado sobre un charco de agua. Cuando lo vimos en el suelo, enfangado hasta las narices, nos echamos a reír a carcajadas.

Hombre - ¡Oye, que la tierra no se come!

Mujer - ¡Miren cómo se ha puesto el forastero, como Adán cuando Dios lo fabricó en el paraíso!

Jesús también se reía como si le hicieran cosquillas. Al fin, con la túnica empapada y apoyándose en unas piedras, logró levantarse de aquel lodazal.

Jesús - Lo que es la vida, vecinos. Hace un rato estábamos llorando, ahora nos reímos. Las cosas cambian, caramba. Las podemos cambiar nosotros con estos brazos nuestros, con el brazo de Dios que nos apoya. ¡Sí, los pobres saldremos adelante! Mañana todo será distinto. Los dolores de ahora los exprimiremos como pañuelos y ya no habrá más lágrimas ni gritos. Y entonces nos alegraremos, sí, y Dios también estará contento, porque Dios está de nuestro lado, porque él va a arrimar el hombro y nos va a ayudar a fabricar un mundo nuevo con esta arcilla vieja.

Y seguimos arrancando espigas. Jesús recogía a mi lado y recuerdo que iba riéndose todavía de su caída. Pedro, Santiago y Andrés ayudaban a un grupo de campesinos que se habían adentrado más en la finca. Cuando ya habíamos cortado mucho trigo, llegaron los capataces de Eliazín. Venían corriendo hacia nosotros con palos y perros de caza.

Capataz - ¡Ladrones, ladrones!

Hubo una gran confusión. La mayoría pudo brincar entre los postes con los brazos y las faldas llenos de espigas. Otros dejaron abandonado el trigo y las sandalias y huyeron como conejos asustados brincando entre los charcos de lodo.

Eliazín - ¿Se puede saber quién organizó esta fechoría en mi finca? ¿Con qué derecho se meten a robar en mi propiedad?(3)

Mujer - ¡Con el derecho de Dios! ¡Todos vinimos en el nombre de Dios!

Eliazín - En el nombre de Dios, ¿verdad? ¡En el nombre del diablo! ¡El que roba es un hijo del diablo!

Hombre - ¡Y el que le chupa la sangre a sus jornaleros como tú es el padre del diablo!

Eliazín - ¡Cierra el pico o te mandaré azotar con varas! ¡Así aprenderán a respetar las leyes, ladrones!

Hombre - ¡Nosotros no estábamos robando! ¿Por qué nos llamas ladrones?

Eliazín - ¿Ah, no? ¿Y cómo tengo que llamarlos, entonces? Los atrapo con las manos en mi trigo, arrancando las pocas espigas que quedan después del diluvio de esta mañana, ¿y no son ladrones?

Mujer - No. Estábamos cumpliendo la Ley de Dios.

Abiel - ¡Cállate, lengua larga! No vuelvas a mencionar a Dios con tu asquerosa boca!

Los capataces de Eliazín nos habían llevado a uno de los patios de la casa del terrateniente. Con él estaban dos escribas amigos suyos, el maestro Abiel y el maestro Josafat.

Abiel - Digo yo, don Eliazín, que debe usted averiguar quiénes andan detrás de esta conspiración, quiénes son los responsables.

Eliazín - ¿Dónde están los cabecillas, eh? ¿Quién les aconsejó que vinieran a robarme?

Vieja - ¡El hambre! ¡Nos aconsejó el hambre! ¡Necesitamos trigo para nuestros hijos!

Eliazín - El hambre, ¿verdad? Si no fueran tan haraganes no pasarían hambre. ¡El hambre viene de la holgazanería!

Mujer - ¡El hambre viene de la avaricia de la gente como tú!

Eliazín - ¡Si vuelves a gritarme, te haré cortar la lengua y las dos manos! Pero, ¿qué se han creído ustedes? ¿Que voy a permitir que me roben descaradamente en pleno día? Le avisaré al capitán romano y no saldrán de la cárcel hasta que me hayan pagado todos los destrozos, ¿lo oyen bien?

Jesús, que había estado callado hasta entonces, fue quien respondió al terrateniente.

Jesús - ¿No te basta con el trigo que se pudre en los graneros? ¿Quieres también quitarnos unas pocas espigas que a ti te sobran?

Eliazín - ¿Anjá? ¿Con que este gato también saca las uñas? Pues oye lo que te digo, forastero: tú y todos ustedes irán de un puntapié a la cárcel!

Jesús - Entonces tendrías que meter también al rey David.

Josafat - ¿Qué ha dicho ese maldito?

Jesús - Dije que David hizo una cosa peor que nosotros y David fue un gran santo.

Abiel - ¿Qué pamplinas estás diciendo tú? ¿qué tiene que ver el rey David con esto?

Josafat - ¿Con quién te crees que estás hablando, campesino? Somos maestros de la Ley, de la escuela de Ben Sirá.

Jesús - Pues si son tan maestros, se acordarán de lo que hizo el rey David cuando llegó a Nob con sus compañeros.(4) Tenían hambre y entraron, no en una finca, sino en el mismísimo templo, en la casa de Dios. Y comieron el pan del altar, consagrado al Señor... ¿Te das cuenta? ¡Le robaron al mismo Dios! ¡Y Dios no los castigó porque tenían hambre! ¡Y un hombre hambriento es más sagrado que el santo templo del Altísimo!

Josafat - Maldita sea, pero, ¿qué está diciendo este insolente? Por tu propia lengua te delatas. Tú debes ser el agitador de toda esta chusma. ¡Ve, ve ante el tribunal con ese cuentecito del rey David, para que te den la tunda de palos que te mereces!

Mujer - ¡Nosotros hemos cogido los rastrojos que nos pertenecen según Moisés!

Eliazín - ¡Cállate tú, ramera! Esto es mío, ¿entiendes? ¡Mío y de nadie más! ¡Desde aquí hasta la laguna de Merón, toda esta tierra es mía! ¡Y ninguno de ustedes puede entrar en ella a arrancar un solo grano de trigo!

Jesús - Nosotros nos robamos unas cuantas espigas, pero tú te has robado la tierra, que es peor. Porque la Escritura dice que la tierra es de Dios y nadie puede adueñarse de ella. Tú eres más ladrón que nosotros.

Eliazín - ¡Me están acabando la paciencia, charlatanes. ¡Me quitan lo mío y encima tengo que aguantarles las impertinencias!

Abiel - Todavía hay algo peor, don Eilazín. No se olvide usted del día que es hoy.

Josafat - Hoy es sábado, día santo.(5) Estos hombres han violado doblemente la Ley robando y faltando contra el descanso. Ustedes, sinvergüenzas, ¿reconocen el delito que se han echado encima quebrantando la sagrada Ley de Dios?

Jesús - El hombre no es para la Ley, sino la Ley para el hombre. Si ustedes comprendieran la Ley, no nos condenarían a nosotros, que no hemos cometido ninguna falta. Porque la primera ley que manda Dios es que todos tengamos lo necesario para vivir.

Todos - ¡Bien dicho, caramba! ¡Así se habla!

Eliazín - ¡Basta ya de palabrerías! ¡Ahora mismo iremos ante el rabino en la sinagoga! ¡Y el tribunal verá lo que hace con ustedes! ¡Vamos, de prisa!

EL alboroto fue muy grande. Fuera de la finca, nos esperaban muchos campesinos, hombres y mujeres, que se juntaron a nosotros, camino de la ciudad. El terrateniente y los escribas avisaron a los soldados romanos para que pusieran orden y nos custodiaran hasta la sinagoga. Allá, los maestros de la Ley iban a juzgar lo que habíamos hecho.

Mateo 12,1-8; Marcos 2,23-28; Lucas 6,1-5.

1. La cultura mediterránea -la zona en la que está enclavada Palestina- es una cultura del trigo. El trigo era el cultivo principal en los campos de Palestina y constituía el grueso de las importaciones de víveres del campo a las ciudades. El que se cosechaba en Galilea era considerado de primera calidad. Las épocas de hambre se caracterizaban por la escasez de trigo.

2. En los campos de los alrededores del lago de Galilea, también en Cafarnaum, había extensos sembrados de trigo, muchos de los cuales pertenecían a unos pocos terratenientes. Los latifundios eran frecuentes en el norte de Israel y una de las reivindicaciones de los zelotes era una reforma agraria que distribuyera justamente la tierra. Esto les ganaba simpatías entre los campesinos y los pequeños propietarios, mientras que los grandes terratenientes colaboraban con el poder romano, que les garantizaba la tenencia ilimitada de propiedades.

3. Cuando las primeras tribus de pastores llegaron a la tierra de Israel comenzaron a distribuirse los terrenos por familias, según las iban ocupando. La propiedad de la tierra era herencia familiar y desde un punto de vista religioso se consideraba que Dios era el único dueño de toda la tierra (Levítico 25, 23) y que superar los límites del patrimonio familiar era contrario a la voluntad de Dios. Sin embargo, en tiempos de Jesús y también antes, ya existían terratenientes, dueños de grandes extensiones de terreno, que en algunas ocasiones adquirían por el simple recurso de correr fraudulentamente los postes de las fincas (Job 24, 2). Los profetas condenaron repetidamente la economía latifundista (Isaías 5, 8; Oseas 5, 10). El dominio imperial de Roma acentuó aún más el injusto acaparamiento de tierras. Desde un punto de vista económico, la consecuencia más visible de la ocupación romana fue el proceso de extensión de la propiedad latifundista a costa de la propiedad comunal, que terminó por venirse abajo, empobreciendo aceleradamente a los campesinos, que de pequeños propietarios pasaron a ser mano de obra barata, trabajadores jornaleros al servicio de los grandes propietarios.

4. Jesús justificó el robo de trigo en día de sábado en tierras de un gran propietario recordando el derecho fundamental de toda persona a vivir y a no morir de hambre, según las antiguas leyes de Moisés. Además, evocó el episodio del rey David en el santuario de Nob (1 Samuel 21, 1-7), donde, al sentir hambre, tomó para comer los panes de la proposición, panes sagrados dedicados al culto.

5. Al aparecer en el cielo las primeras estrellas de la noche del viernes, se iniciaba en todo Israel el Sabbath, el solemne descanso del sábado, y se interrumpían todos los trabajos y estaba prohibido cualquier esfuerzo. Después de la cena no se volvía a comer hasta terminado el culto del sábado en la sinagoga. La ley del sábado era el quicio de todo el sistema legal vigente en Israel en tiempos de Jesús. Violar esa ley voluntariamente y después de una primera advertencia, era razón suficiente para ser condenado a muerte.

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