El barrio de los pescadores parecía un avispero revuelto el día en que los parientes de Jesús vinieron a buscarlo diciendo que estaba loco. Los nazarenos, agolpados frente a la puerta, preparaban cuerdas para amarrar a Jesús mientras los vecinos de Cafarnaum gritaban y se reían viendo aquel pleito familiar.
María - No hagas eso, primo Simón, espérate. Yo hablaré con él. Déjenme pasar, soy su madre.
María fue abriéndose paso entre todos, hasta llegar a la puerta de nuestra casa, donde estaba Jesús.
María - ¡Por favor, no le hagan mucho caso! Mi hijo está enfermo y no sabe lo que dice. Está enfermo.
Jesús - No, mamá, sé muy bien lo que digo. Dije que perdieron el tiempo y perdieron el viaje. Yo no regreso con ustedes.
María - Jesús, no me faltes al respeto delante de la gente. ¿No te da vergüenza hablarme así?
Jesús - Está bien, mamá, perdóname. Pero escúchame: te han llenado la cabeza de habladurías. Aunque sean vecinos míos tengo que decirlo: en Nazaret crecen los chismes como las moscas. Yo no sé qué te habrán dicho de mí, pero a lo que te hayan dicho, quítale la mitad, y la mitad de la mitad, y todavía te sobra.
Simón - ¿Anjá? ¿Con que además de todos los disparates que dijiste antes, ahora nos llamas mentirosos, no?
Jesús - Primo Simón, la verdad... uff, la verdad es que tú especialmente tienes la lengua más larga que un remo.
María - Hijo, por Dios, ¿qué te ha pasado? ¿Cómo le hablas así a tus parientes? Ya no eres el mismo de antes, Jesús. Has cambiado.
Jesús - A lo mejor eres tú la que has cambiado, mamá. Antes tú me decías: Uno hace lo que tiene que hacer y que digan lo que digan. ¿Qué te ha pasado ahora?
María - Tengo miedo, hijo, mucho miedo. Hay muchos soplones y muchos soldados. La situación está cada vez peor.
Jesús - Por eso mismo tenemos que hacer algo. Y pronto. ¿O qué prefieres? ¿Que las cosas sigan como van? ¿Que sigamos viendo cómo la gente se muere de hambre a nuestro alrededor hasta que nos llegue el turno a nosotros?
María - No es eso, Jesús, pero... Las cosas se complican. Y mañana vendrán a decirme que te han llevado preso y...
Jesús - No te preocupes de lo que vaya a pasar mañana. A cada día le basta lo suyo, ¿no te parece?
María - En estos días me he acordado mucho de tu padre, José…
Jesús - Pues, que yo recuerde, en la familia de mi padre no eran cobardes. Él escondió a aquellos infelices cuando los soldados venían persiguiéndolos. Y les salvó la vida.
Susana - Sí, y perdió la suya. ¿Qué es lo que quieres, moreno? ¿Que tu madre te pierda a ti también?
María - No me des ese dolor, Jesús, te lo pido. ¿Es que no puedes quedarte quieto en Nazaret, trabajando, fabricando herraduras, pegando techos, ganándote el pan como los demás? Cásate, ten hijos, que yo pueda ver algún día a mis nietos. ¿Por qué no puedes ser como todo el mundo, Jesús, por qué?
María se restregó los ojos con el pañuelo de rayas que llevaba en el pelo. No quería que la vieran llorar. Se sentía humillada y avergonzada en medio de aquella gente que la rodeaba. Los nazarenos se burlaban de Jesús, los de Cafarnaum se burlaban de los nazarenos. Y las dos cosas le dolían a ella.
Simón - No llores por este haragán, prima María. Lo que pasa es que tu hijo no quiere trabajar, eso es todo. Andar metiéndose en política para no trabajar. Palabrerías. Muchas palabras y pocas lentejas. A ver, ¿de qué va a vivir tu madre si tú no ganas ni para comprar leña? ¿Tienes ahorrado algo, dime? ¿Tienes algún negocio entre manos? ¡Qué va, tú no tienes ni siete pies de tierra propios para caerte muerto! Pero te voy a advertir una cosa, Jesús: después no vengas a tocar a mi puerta y pedirme prestado. No te daré ni un céntimo, me oyes, ni un céntimo.
Jesús - Nunca te he pedido nada, primo Simón. Trabajo con mis manos igual que tú. Ni me debes ni te debo. Y mi madre no come tu pan ni viste con tus ropas. Mira, yo también te voy a decir una cosa a ti: me parece que te preocupas demasiado por el plato de lentejas... por el plato tuyo, se entiende. Sí, está bien, hay que ganarse el pan con el sudor de la frente. Pero, fíjate en las aves del cielo, los gorriones, las gaviotas del lago, los pintados... Ninguno de ellos siembra ni siega ni tiene nada ahorrado y a ninguno le falta de comer. Cuando los veo, yo pienso: ¿no valemos nosotros más que los pájaros?
Simón - Sí, sigue con tus cuentos y tus palabras bonitas. Pero con palabras no se come, ¿me oyes?
Jesús - Fíjate en las flores, primo, esos lirios blancos y pequeñitos que crecen en el campo sin que nadie los cuide. No cosen ni tejen. Y cuando yo los veo, pienso: caramba, ni el rey Salomón con sus trajes de lino y su elegancia, se vistió mejor que una hierbita de éstas. Si Dios cuida hasta de la hierba que hoy nace y mañana se quema, ¿cómo no va a cuidar también de nosotros que somos sus hijos y sus hijas?
Cuando Jesús dijo aquello, Simón, su primo, agarró el pequeño saco de monedas que llevaba atado a la cintura y lo hizo sonar con orgullo. La gente se apretujó aún más para verle bien la cara.
Simón - Mira, soñador, mira... Esto es lo que vale. Y de lo demás, me río. ¿Lirios del campo? ¿Pajaritos? ¡Basura! Ponte, ponte a mirar al cielo, con la boca abierta, a mirar los gorriones cuando pasan. ¡No te lloverá pan del cielo, sino otra cosa! No, primo, no. Vete a cantarle a otro esa música. La vida hay que tomarla en serio.
Jesús - Pero no tanto, Simón.
Simón - ¿Qué quieres tú? ¿Que le pidamos a Dios la comida con los brazos cruzados?
Jesús - No, Simón. Hay que trabajar. Pero hay que tener confianza también. Dios ya sabe que necesitamos casa y ropa y lentejas. Si ponemos de nuestra parte, él no nos fallará. Pero hay que pensar también en la casa y la ropa y las lentejas de los otros, de los que tienen menos que uno. Yo creo que si nos preocupáramos de lo que necesitan los demás más que de lo nuestro, lo nuestro vendría por añadidura.
María - Ay, hijo, eso se dice fácil. Pero luego, cuando la vida aprieta...
Jesús - Pero, mamá, si tú misma me lo enseñaste. Tú me decías: más feliz es el que da que el que recibe. ¿Ya no te acuerdas? Ayuda a tus hermanos y Dios te ayudará a ti, eso me lo repetías un día y otro. Pues yo quiero ayudar a mi pueblo a ser libre, aunque tenga que pagar el precio que pagaron todos los profetas.
María - No hables así, hijo, me da miedo. Jesús, te lo suplico, no te metas en más líos.
Jesús - Mamá, te lo suplico, no trates de torcerme el camino que tú misma me abriste. Con el miedo no se resuelve nada. Por más que te angusties, no puedes hacerte un palmo más alta, ¿verdad? Tampoco puedes resolver los problemas que no han llegado todavía. A cada día le basta lo suyo.
Mi hermano Santiago y yo nos habíamos quedado dentro de casa para no provocar más a los nazarenos.
Santiago - ¡Vaya primo que tiene Jesús! ¡Parece que lo mordió un perro por la rabia que se gasta!
Juan - ¡Pues mira que la Susana ésa también se las trae!
Santiago - ¡Y la madre, ni se diga, con más quejumbre que Jeremías!
Salomé - ¿Y qué otra cosa puede hacer, la infeliz? Es su hijo. Tiene que preocuparse y velar por él.
Juan - ¡Pero, vieja, por Dios, un hombrón como Jesús con treinta años en las costillas!
Salomé - Aunque tuviera sesenta. Para una madre los años de sus hijos no cuentan.
Santiago - Claro, y ahí está el problema, que para ustedes nosotros no crecemos y quieren tenernos toda la vida bajo las faldas.
Salomé - Bajo las faldas no, pero al lado sí, porque una tiene corazón, caramba, y se angustia por las cosas que pueden pasar. Yo hasta ahora he tenido suerte con ustedes dos que me han salido buenos y los tengo cerca. Pero, ¿quién sabe un día de estos?
Juan - Mira, mamá, no empecemos...
Salomé - No, si los que empiezan son ustedes. Ustedes que se están meneando más de la cuenta desde que llegó el dichoso moreno de Nazaret. Pero, óiganme bien, par de locos, el que se pone a jugar con fuego, acaba achicharrado. Así que ya saben, déjense de andar politiqueando, ¿me oyeron? ¡Sálganse de eso, muchachos, miren que...
Santiago - Bueno, bueno, mamá, una pelea fuera y otra dentro es demasiado. Ea, vamos a ver qué rayos está pasando en la calle.
Cuando nos asomamos, la trifulca de los nazarenos continuaba. Simón, el primo de Jesús, había comenzado a impacientarse.
Simón - No pierdas tiempo, María. Está trastornado, está loco. ¿No lo estás oyendo con tus propios oídos?
María - Jesús, por favor, vuelve con nosotros a Nazaret.
Jesús - No, mamá, me quedo aquí. Estamos tratando de hacer algo para que tú y nosotros y todos los pobres de Israel tengamos la herencia que Dios nos prometió.
María - No lo hagas por mí si no quieres. Hazlo por la memoria de José, que en paz descanse. ¿No respetas tampoco los huesos de tu padre?
Jesús - Mi padre se alegraría de ver todo esto, mamá, ¿no crees? El no se achicaba ante los peligros, al contrario.
María - ¿Me desobedeces? ¿Desobedeces a tu madre? ¡Jesús! Te lo digo por última vez. Te lo suplico: ven conmigo a Nazaret.
Jesús - No, no voy.
María se mordió los labios en un gesto desesperado. Luego se echó a llorar desconsoladamente.
Susana - Vamos, María, cálmate. No te pongas así...
María - ¿Y qué quieres que haga, Susana? ¿Qué me queda ya? Tenía un marido y lo perdí. Tenía un hijo, uno solo. También lo he perdido. ¿Qué me queda ya?
Susana - Tranquilízate, mujer, no pienses en eso ahora.
María - No lo entiendo, Susana. No entiendo por qué Jesús me hace esto… ¿por qué?
Simón - Porque no tiene vergüenza. Porque es un rebelde y un deslenguado. Acabemos este asunto de una vez. ¡Jacobo, las cuerdas! ¡Si no quiere venir por sus pies, habrá que arrastrarlo como a una mala bestia!
María - No, Simón, no hagas eso. Déjalo si no quiere...
Simón - ¿Dejarlo, prima María? ¿Dejarlo que siga haciendo de las suyas y que siga metiéndose en política poniéndonos en ridículo y buscándonos un peligro a todos nosotros, que somos sus parientes, y los que después tendremos que pagar por todas sus bellaquerías? ¡No, nada de eso! ¡Este vuelve con nosotros a Nazaret quiera o no quiera!
Simón y Jacobo, con dos vueltas de cuerda en la mano, se acercaron a Jesús que seguía de pie, junto a la puerta de nuestra casa.
Jesús - Yo me estaré metiendo en política, primo Simón, pero tú te estás metiendo en lo que no te importa. ¡Y hazme el favor de no seguir llenándole la cabeza a mi madre con tus chismes y tus enredos, que eso es lo único que has sabido hacer toda tu vida, enredar y darle a la lengua! ¡Ni vives tú ni dejas vivir a nadie, caramba!
Simón - ¡Atrévete a repetir eso, anda, atrévete!
Jesús - Digo que te estás metiendo en lo que no te...
Simón perdió la paciencia y le soltó un puñetazo en plena cara. La gente que nos rodeaba se arremolinó aún más. Jesús, tambaleándose, se secó la sangre que comenzaba a brotarle de la nariz.
Simón - ¡Vamos, pelea como un hombre! ¿O es que ni eso eres? Anda, devuélvemelo... Tú que te las das de tan machito... ¡Defiéndete, cobarde! ¿O qué quieres, ganarte otro pescozón? ¡Ven, marica, ven, que te voy a madurar bien madurado!
Jesús cruzó los brazos y se acercó a Simón...
Jesús - Primo, yo no tengo nada en contra tuya. ¿Por qué no me dejas en paz?
Simón - ¡Que pelees te digo!
Jesús - No, no te voy a dar ese gusto. Si quieres, pégame tú. Yo no voy a responderte.
Simón, con los puños y los dientes apretados, esperaba. Jesús permanecía tranquilo, sin dejar de mirar a su primo que, una vez más, fue quien perdió la paciencia.
Simón - Imbécil... Requeteimbécil... Siempre pensé que eras poca cosa. Pero eres todavía menos de lo que pensaba. ¡Puah! ¡Vámonos, Jacobo! ¡Y que este monigote se quede donde le dé la gana! ¡Andando, que tenemos mucho camino por delante!
Los nazarenos emprendieron el camino de regreso a su aldea. Simón y Jacobo iban al frente del grupo, dando bastonazos contra las piedras, repletos de ira. María, la madre de Jesús, iba junto a Susana, apoyada en su brazo, dándole vueltas y más vueltas en su corazón a lo que había pasado aquella tarde en Cafarnaum.
Mateo 6,25-34; Lucas 12,22-34.