Pedro - ¡Ea, compañeros, amárrense bien las sandalias y afinquen los bastones, que tenemos tres días de camino por delante!
La primera noche acampamos en Jenín. Después, tomamos el camino de las montañas hasta Guilgal. Luego enfilamos a través de las tierras secas y amarillas de Judea. Nuestras miradas saltaban de colina en colina buscando un atisbo de la ciudad santa a la que íbamos subiendo. De pronto, todos lanzamos un grito de alegría.
Juan - ¡Corran, corran, ya se ve la ciudad!
En un recodo del camino, a la altura de Anatot, apareció resplandeciente ante nosotros. Sobre el monte Sión brillaban las murallas de Jerusalén, sus blancos palacios, sus puertas reforzadas, sus torres compactas.(2) Y en el centro, como la joya mejor, el templo santo del Dios de Israel.
Pedro - ¡Que viva Jerusalén y todos los que van a visitarla!
Jerusalén, ciudad de la paz, era la novia de todos los israelitas: capital de nuestro pueblo, conquistada por el brazo astuto de Joab mil años atrás, en donde el rey David entró bailando con el arca de la alianza y en donde el rey Salomón construyó más tarde el templo de cedro, oro y mármol que fue la admiración del mundo. Las últimas millas de camino las anduvimos en caravana con muchos cientos de peregrinos que venían del norte, de Perea y la Decápolis, a comer el cordero pascual en Jerusalén. Entramos por la Puerta del Pescado. Junto a ella, se levantaba la Torre Antonia, el edificio más odiado por todos nosotros: era el cuartel general de la guarnición romana y el palacio del gobernador Poncio Pilato cuando venía a la ciudad.(3)
Pedro - ¡Escupan y vámonos de aquí! ¡Se me revuelven las tripas sólo de ver el águila de Roma!
Juan - ¡Puercos invasores, los estrangularía de dos en dos para acabar más pronto!
Jesús - No estrangules a nadie ahora, Juan, y vamos a buscar un lugar donde meternos. ¡Con tanta gente, acabaremos durmiendo al raso!
Pedro - ¡Síganme a mí, compañeros! Tengo un amigo cerca de la Puerta del Valle, que es como mi hermano. Se llama Marcos.(4)
Y enfilamos todos hacia la casa del tal Marcos…
Pedro - ¡Caramba, Marcos, al fin te encuentro! ¡Amigo, amiguísimo, choca esas dos manos!
Marcos - ¿Pedro? ¡Pedro tirapiedras, el granuja más grande de toda Galilea! Pero, ¿qué haces tú aquí, condenado? ¿Te anda persiguiendo la policía de Herodes? ¡Ajajá!
Pedro - ¡Hemos venido a celebrar la Pascua en Jerusalén como fieles cumplidores de la ley de Moisés, ajajá!
Marcos - ¡Déjate de cuentos conmigo, Pedro, algún contrabando habrás traído desde Cafarnaum!
Pedro - Pues sí, me traje una docena de amigos de contrabando. Camaradas: éste es Marcos. ¡Lo quiero más que a mi barca Clotilde, que ya es decir! Marcos: ¡todos éstos son de confianza! Hemos formado un grupo. Estamos organizándonos para hacer algo. Mira, este moreno es Jesús, el que más bulla hace de todos nosotros. Este de las pecas es Simón.
Marcos - Bueno, bueno, deja las presentaciones y vamos adentro. ¡Tengo medio barril de vino, suplicando que una docena de galileos se lo beba!
Pedro - ¿A beber ahora? ¿Estás loco? ¡Si acabamos de llegar!
Mateo - ¿Y qué importa eso? Estamos cansados del viaje. Podemos... podemos brindar porque los ladrones de Samaria no nos han roto el espinazo!
Juan - ¡Al diablo con este Mateo, sólo piensa en beber!
Pedro - Mejor será que nos digas dónde podemos encontrar un rincón para pasar la noche.
Marcos - ¡Pues vamos a la posada de Siloé! ¡Allí pueden meterse durante estos días! ¡Es un sitio grande y huele bien a roña, como les gusta a los galileos! ¡Vamos allá! Pero no se separen. Hay demasiada gente. Cualquiera se pierde en este embrollo.
En los días de Pascua, Jerusalén parecía una caldera enorme donde bullían los 40 mil vecinos de la ciudad, los 400 mil peregrinos que venían desde todos los rincones del país y los inmensos rebaños de corderos que se amontonaban en los atrios del Templo esperando ser sacrificados sobre la piedra del altar.(5)
Tomás - ¡Un momento, un momento! Antes de buscar po-po-posada, tenemos que visitar el templo. Lo pri-pri-primero es lo de Dios. Al que no sube al templo cuando llega a Jerusalén, se le seca la ma-ma-mano derecha y se le pe-pe-pega la lengua al paladar.
Juan - Tomás habla por experiencia...
Pedro - ¡Sí, compañeros, vamos al templo a dar un saludo a los querubines!
Juan - ¡Y a dar gracias porque hemos llegado sanos y salvos!
Jesús - ¡Y que el Dios de Israel nos eche la bendición a todos los que hemos venido este año a celebrar la Pascua!
Miles de peregrinos se atropellaban para pasar bajo los arcos del famoso templo de Salomón. En el aire resonaban los gritos, los rezos y los juramentos, mezclados con el olor penetrante a grasa quemada de los sacrificios. Junto a los muros, se apostaban los cambistas de monedas y toda clase de baratilleros vociferando sus mercancías... Aquello parecía la torre de Babel.
Marcos - ¡Maldita sea con estos vendedores! ¡Te revientan las orejas! ¡Eh, ustedes, vamos al atrio de los israelitas! Seguramente ya están subiendo la escalinata.
Juan - ¿Quiénes son los que están, Marcos?
Marcos - Los penitentes. Vienen a cumplir las promesas que hicieron durante el año. ¡Míralos allá!
Un grupo de hombres, vestidos de saco y arrojándose puñados de ceniza en la cabeza, subían a gatas los escalones del atrio. De su cuello y sus brazos colgaban gruesos rosarios de amuletos. Sus rodillas se habían vuelto rugosas como las de los camellos, después de tanto hincarse sobre las piedras.
Pedro - ¿Y para qué hacen esto, Marcos?
Marcos - Ayunan siete días antes de la fiesta y ahora se presentan a los sacerdotes.
Jesús - ¿Y esos sacerdotes no les habrán explicado que Dios prefiere el amor a los sacrificios?
Marcos - Eso mismo digo yo. ¿Que quieren ayunar? Pues que se laven la cara y se peinen bien para que nadie se entere de lo que están haciendo, ¿no es verdad, Jesús? Vamos, vamos arriba.
Subimos la escalinata. Allá, en una esquina, frente al atrio de los sacerdotes, un coro de hombres, cubierta la cabeza con el manto negro de las oraciones, rezaba sin tomar aliento los salmos de la congregación de los piadosos. Eran los mejores fariseos de Jerusalén.
Pedro - Mira a ésos… Parecen cotorras, repitiendo lo mismo sin parar. No sé cómo no se les traba la lengua.
Marcos - Dicen que están rezando a Dios, pero con el rabo del ojo están curioseándolo todo.
Jesús - Eso es lo que buscan: que la gente se fije en ellos. Si buscaran a Dios, rezarían en secreto, con la puerta cerrada.
Marcos - ¡Oigan, miren quién viene por ahí!
Al salir, cuando íbamos a atravesar la Puerta Hermosa, se oyó el sonido de las trompetas y la multitud se hizo a un lado. Enseguida se formó una hilera de mendigos junto al arco de la puerta. Entonces, aparecieron cuatro levitas, cargando una silla de manos. Se detuvieron junto a los mendigos y descansaron la silla en el suelo. Abrieron las cortinas y José Caifás, el sumo sacerdote de aquel año, descendió lentamente, vestido con una túnica blanca. Con sus ojos de lechuza, miraba inquieto a uno y otro lado. Quería que el pueblo lo viera dando limosna.(6) Pero no quería correr ningún riesgo. El año pasado, durante la fiesta, un fanático le había arrojado un puñal...
Mateo - ¡Con buen sinvergüenza nos hemos topado!
Tomás - No digas eso, Ma-ma-mateo. Es el sumo sacerdote de-de-de Dios.
Mateo - ¡Qué sumo sacerdote! ¡Ese tipo sólo busca que hablen de él! Mira lo que está haciendo...
Caifás se acercó a los mendigos y les repartió denarios como el que reparte dulces a los niños. Con una mano daba la limosna y con la otra mostraba un cordón de oro, símbolo de su rango, que los mendigos besaban con gratitud.
Jesús - Si fuera sumo sacerdote de Dios, no dejaría que su mano izquierda se enterara de lo que hace la derecha. Ése no es más que un hipócrita.
Pedro - ¡Natanael, Jesús, Andrés, vámonos ya! ¡Se nos hace tarde y todavía no tenemos donde dormir!
Marcos - No se preocupen tanto por la posada. Si no hay lugar en Siloé, se van a Betania. Allá está el campamento de los galileos. Pero ahora, ¡a beber el medio barril que les ofrecí, o si no, los denuncio a la policía romana!
Por fin, después de zapatear las callejuelas de Jerusalén, regresamos a casa
de Marcos a beber el medio barril prometido…
Marcos - ¡Brindo por estos trece compatriotas que han viajado desde Galilea para visitar la casa de este humilde merchante de aceitunas!
Pedro - Oye, oye, Marcos, que no vinimos por verte a ti, granuja. Vinimos por Jerusalén. ¡Brindo por la ciudad santa de Jerusalén!
Marcos - Pedro, desengáñate. A esta ciudad no le queda ni la “s” de santa. “¡El Templo de Jerusalén, el Templo de Jerusalén!”… ¿Saben lo que decimos los que vivimos aquí? Que en el Templo de Jerusalén se guarda el tesoro de fe más grande del mundo. ¿Y saben por qué? ¡Porque todo el que viene a visitarlo, pierde la fe y la deja allí! ¡Y si sólo fuera el templo! Mira, ¿ven aquellas luces?... Esos son los palacios de los del barrio alto. Vete después a las barracas del Ofel y a las casuchas de adobe junto a la Puerta de la Basura. Un hormiguero de campesinos que vinieron a buscar trabajo en la capital. Y lo que encuentran es miseria y fiebres negras. Esta ciudad está podrida, te lo digo yo, que la conozco.
Jesús - Sí, Marcos. Está construida sobre arena. Acabará derrumbándose.
Tomás - Dicen que los cimientos de Jerusalén son de roca pu-pu-pura.
Jesús - La justicia es la única roca firme, Tomás. Y esta ciudad está levantada sobre la ambición y las desigualdades.
Marcos - Bueno, muchachos, ahora sí tenemos que ir caminando hacia Betania. ¡Vámonos!
Las calles estaban abarrotadas de gente y animales. Ya olían los ázimos en los hornos de pan. Olían también los perfumes de las célebres prostitutas de Jerusalén que, sin esperar la noche, se exhibían muy pintadas junto al muro de los asmoneos. En todas las esquinas del barrio bajo se apostaba a los dados y se jugaba al reyecito. Las tabernas estaban repletas de borrachos y los niños salían a robarse las sobras de las mesas. Salimos por la muralla de Oriente. Atravesamos el torrente Cedrón, que en primavera llevaba mucha agua. Subimos el Monte de los Olivos y llegamos a Betania, donde los galileos siempre encontrábamos albergue para pasar los días de Pascua. Atrás quedaba Jerusalén, llena de luces y ruidos. El hambre, la injusticia y la mentira, guardaban, soñolientas y satisfechas, las puertas amuralladas de la ciudad del rey David.
Mateo 6,1-18
1. El viaje a Jerusalén, con ocasión de las grandes peregrinaciones de Pascua, se hacía a pie. Como Cafarnaum está separada de Jerusalén por unos 200 kilómetros, Jesús y sus compañeros de caravana harían el trayecto en cuatro o cinco jornadas de camino. Cuando ya se acercaban a la ciudad santa, los peregrinos tenían la costumbre de cantar los llamados “salmos de las subidas” (Salmos 120 al 134). Entre los más populares estaba el que dice: “Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén” (Salmo 121).
2. Jerusalén significa “ciudad de paz”. Es una de las ciudades más antiguas del mundo. Está construida sobre una meseta rocosa, flanqueada por dos profundos valles, el del Cedrón y el de la Gehenna. Mil años antes de nacer Jesús, Jerusalén fue conquistada por el rey David a los jebuseos y se convirtió en la capital del reino. A lo largo de su historia, Jerusalén ha sido destruida total o parcialmente en más de 20 ocasiones. Una de las destrucciones más terribles la sufrió 586 años antes de Jesús, cuando los babilonios la arrasaron hasta los cimientos. Otra, la definitiva, 70 años después de la muerte de Jesús. En este caso, a manos de las tropas romanas, que sofocaron así la insurrección de los zelotes.
Jerusalén es una ciudad rodeada de murallas, a la que se entra por una docena de puertas. Las numerosas guerras y destrucciones soportadas por la ciudad hacen que en la actual Jerusalén se superpongan zonas y construcciones más o menos antiguas con otras más recientes. Son innumerables los recuerdos auténticos del tiempo de Jesús.
Jerusalén fue, desde el tiempo de los profetas hasta los escritos del Nuevo Testamento, el símbolo de la ciudad mesiánica, de la ciudad donde vive Dios, el lugar donde al final de los tiempos se congregarán todos los pueblos para la fiesta del Mesías (Isaías 60; 1-22; 1-12; Miqueas 1, 1-5; Apocalipsis 21, 1-27). A Jerusalén también se le da el nombre de Sión, por estar construida sobre un montículo que lleva ese antiguo nombre.
Jerusalén era capital del país y centro de la vida política y religiosa de Israel. Se calcula que en tiempos de Jesús vivirían dentro de sus murallas unas 20 mil personas y fuera de ellas, en la ciudad que se iba extendiendo por los alrededores, entre 5 mil y 10 mil habitantes. La población total de Palestina era de 500 mil ó 600 mil habitantes. En las fiestas de Pascua llegaban a Jerusalén unos 125 mil peregrinos, con lo que la ciudad desbordaba de gente. Las muchedumbres de visitantes -nacionales y extranjeros- multiplicaban los negocios y sus beneficios, favorecían todo tipo de revueltas y tumultos y convertían la ciudad en una auténtica marejada humana, en la que la gente del campo o de pueblos pequeños debía encontrarse sorprendida y confusa.
3. Adosada a la parte norte del Templo de Jerusalén, estaba la Torre Antonia, fortificación amurallada, que servía como cuartel de una guarnición romana. La Antonia fue una de las grandes obras arquitectónicas de Herodes el Grande, que remodeló para ello la fortaleza Bira, dándole el nombre de Marco Antonio, su aliado en Roma. Herodes hizo en la Antonia un pequeño palacio y la incorporó al edificio del Templo. La fortaleza tenía 20 metros de altura con cuatro torres, de 25 metros de alto cada una, a excepción de la que dominaba el Templo, que era aún más alta: 35 metros. Desde la Torre Antonia, los soldados romanos vigilaban continuamente la explanada del Templo. Esta vigilancia se extremaba en la fiesta de Pascua, cuando el gentío era superior al acostumbrado.
4. Marcos es mencionado por primera vez en el libro de los Hechos de los Apóstoles (12, 25), acompañando a Pablo en su viaje de Jerusalén a Antioquía. Era primo de Bernabé, otro compañero de Pablo en sus viajes. En distintas ocasiones Marcos -su nombre entero era Juan Marcos- aparece también junto a Pablo y junto a Pedro, quien en una carta le llama “su hijo” (1 Pedro 2, 13). De Marcos se sabe, por varios datos del Nuevo Testamento, que era de Jerusalén, donde vivía su madre, que Pedro tuvo amistad con él y su familia y que los primeros cristianos se reunían habitualmente en su casa (Hechos 12, 12). Desde el siglo II se le considera autor del segundo evangelio.
5. Dentro de las murallas de Jerusalén, entre las grandes construcciones de la ciudad, destacaba el Templo, descomunal y lujoso edificio que equivalía por su superficie a la quinta parte de la extensión de toda la ciudad amurallada. Esto puede dar una idea de tan impresionante construcción, centro religioso y financiero del país.
6. En torno al Templo de Jerusalén abundaban siempre, y especialmente en los días de Pascua, hombres y mujeres que cumplían promesas religiosas, mendigos que pedían limosna, multitudes que oraban o hacían penitencias. Era costumbre que la hora de la oración de la tarde fuera anunciada desde el Templo con el resonar de las trompetas. Algunos fariseos lo preparaban todo para que en el instante en que se oyera esta llamada se encontraran ellos, como por casualidad, en medio de la calle para así tener que rezar ante todo el mundo y la gente los tuviera por muy piadosos. Para estas oraciones, los fariseos se cubrían con mantos blancos y se amarraban a la frente las filacterias, unas cajitas negras de cuero en las que introducían papelitos con versículos de las Escrituras.