SAMBERO —¡Meus amigos, vengo a invitarlos al carnaval! ¡Alegre carnaval do Brasil! ¡Vengan conmigo! ¡Hay samba, fiesta, alegría! ¡Este es un alegre carnaval que nunca va a acabar! ¡Alegre carnaval do Brasil! ¡No quieren venir conmigo, meus amigos?
VECINA ¾¡Ay, qué bonito, vamos, vamos!
ABUELO —Señora, no me hale así de la camisa... ¿Se ha vuelto loca?
VECINA —Pero, ¿usted es sordo? ¿No oye a ese hombre que nos está invitando a ir al carnaval en Brasil? No podemos perder la ocasión. Dese prisa, que ya se va...
ABUELO —Óigame, joven, óigame... ¿y a dónde nos lleva? ¿En qué parte del Brasil es ese carnaval?
SAMBERO —¡Manaus! El carnaval es en Manaus, pequenina ciudad en el mismo corazón de la selva brasileña!
ABUELO —En mitad de la selva un carnaval? Pero, ¿dónde se ha visto semejante locura?
VECINA —Anímese, hombre, vamos, que ya me entró curiosidad por ver cómo será ese carnaval.
SAMBERO —Vengan, vengan conmigo al carnaval de Manaus...!
VECINA —Ya estamos en Manaus, "en el corazón de la selva"...
ABUELO —Pues este pueblo me parece muy callado para estar en ningún carnaval.
SAMBERO —Amigos meus, para que comience el carnaval, hay que decir antes una palabriña mágica.
VECINA —¿ Y qué "palabriña" es esa?
SAMBERO —Adivina, adivinanza: no es un niño, pero llora; no es madre, pero da leche; no es conejo, pero salta... ¿Qué palabrita hace falta? A la una, a las dos, ¡a las tres! ¿No saben? ¡No, no saben! ¡El caucho! ¡El árbol del caucho, que llora leche y esa leche se convierte en una pelota de goma que salta! ¡El caucho! ¡El árbol más rico, más riquísimo, el que más riquezas ha dado al Brasil! ¡Carnaval de Manaus es carnaval do caucho!
En las húmedas selvas de América, crece un árbol muy alto, de hojas anchas. Los indios le llaman caucho. Cuando le abren tajos en su tronco, el árbol llora una leche espesa. En cuencos hechos con hojas de plátano, la leche se recoge y se endurece al calor del sol o del humo. Después, cuando se ha hecho goma, se le da la forma que uno quiere. Desde tiempos muy antiguos, los indios han hecho con la goma del caucho antorchas de largo fuego, vasijas que no se rompen, techos que se burlan de la lluvia y pelotas que rebotan y vuelan...
SAMBERO —Oh, no, no se confunda de historia menina mía, que este alegre carnaval sí comienza con el caucho. Pero no comienza con hombres indios, sino con hombres blancos. Agora, guárdese a los hombres indios y preséntenos a hombres ingleses y norteamericanos ¡para que pueda empezar la samba, para que comience el carnaval!
A comienzos del siglo pasado, en una ciudad de los Estados Unidos, el joven Charles Goodyear piensa...
AMIGO —¿En qué piensas, Charles?
GOODYEAR —En el caucho, en esa maravillosa goma americana, que nace de esos maravillosos árboles del Brasil... ¿No sabes? Los ingleses ya no usarán más paraguas. En Inglaterra han inventado vestidos de caucho para cubrirse de la lluvia.
AMIGO —Bah, ya he visto esos trajes. La lluvia se cuela por las costuras. Y uno termina empapado. ¿Maravillosa goma? ¡Maravillosa basura!
GOODYEAR —¡Qué ciego eres! Con el caucho del Brasil se podrá hacer de todo. ¡Grandes inventos!
AMIGO —¡Grandes fracasos! Mira las chancletas de caucho que inventaste tú. Cuando hay mucho calor, se pegan a los pies. Y cuando hay mucho frío, se rompen a los cuatro pasos. ¡Dios nos libre de tus inventos!
Sólo unos años más tarde, Charles Goodyear descubrió, por fin, la técnica para que el caucho no se hiciera pegajoso y para que no se quebrara.
AMIGO —¡Ahora sí, Charles, ahora sí!
Por aquellos mismos años, en varios países de Europa y en los Estados Unidos se experimentaban los primeros automóviles de la historia...
GOODYEAR —¡Ahora sí! ¡Haremos las ruedas de los autos... con caucho! ¡Con el caucho del Brasil!
Hasta entonces, las ruedas de los autos se hacían de madera o de metal. El descubrimiento de Charles Goodyear puso al mundo en movimiento.
SAMBERO —¡Movimiento hacia Brasil, meus amigos! ¡Hacia Brasil! ¡Todo mundo se mueve hacia Brasil! ¡Alegre carnaval do mundo que llega a Brasil...!
En la enorme selva del Brasil, atravesada por el enorme río Amazonas, vivían los pájaros, los monos y los árboles del caucho. Con el descubrimiento de Goodyear, todo cambió en pocos años. La selva se llenó de gente, de barcos que atravesaban el río, de caminos... Manaus, una pequeñísima ciudad a orillas del río, se convirtió en la capital del caucho.
VECINA —¿Ve usted cómo esto se va llenando de gente...? ¡Ahora si que empezó el Carnaval!
ABUELO —Esto se va a poner bien movido, cómo no...
SAMBERO —¡Al carnaval vienen todos a bailar! ¡Y no se cansan de bailar alegre samba! ¡Primeros en llegar son los amigos de Goodyear, compañías inglesas y compañías norteamericanas! ¡Ricas compañías que compran caucho y fabrican llantas de automóviles! ¡Familias de dueños de ricas compañías, oh, alegres vienen al carnaval de Manaus!
VECINA —¿Óiga, señor, y esos que vienen allá atrás, al fondo...?
SAMBERO —¿Quiénes? ¡Ah, sí, al fondo! Esos son brasileños que producen caucho, campesinos de nordeste, do Ceará, do Recife, do Fortaleza, do Paraíba... Mucho debe gustarles Manaus, que han venido tantos... Mas déjelos agora, sigue la samba, sigue la samba... ¡Sigue el carnaval que mas nunca va a acabar!
El nordeste del Brasil había tenido grandes plantaciones de azúcar. Pero cuando empezó el auge del caucho, ya no tenía más que un gran desierto y miles de campesinos sin empleo. Las terribles sequías que caían sobre el nordeste, ponían en movimiento a los campesinos. En aquellos tiempos, cientos de miles atravesaron de una punta a otra el país, y se fueron a las selvas del Amazonas, a Manaus, a buscar trabajo en las plantaciones de caucho.
SAMBERO —¡Milagros del caucho! ¡Una ciudad pequenina y vacía, conviértase en ciudad grande y llena, ciudad dormida despiértese, con buena vida y con trabajo para cualquier que llega! ¡Ciudad pobriña sin nada, conviértase en ciudad riquiña con todo! ¡O carnaval do caucho ten de todo, ten de todo!
De todo tuvo Manaus. Hasta un lujoso teatro de ópera. Cuando se inauguró, a fines del siglo pasado, Enrico Caruso, el cantante más caro de Europa, el más famoso, atravesó el océano y atravesó la selva, para ir a cantar a Manaus. En aquel descomunal teatro, los mosaicos eran portugueses, las escaleras y las puertas eran italianas, los asientos eran franceses... y el público que aplaudía a Caruso también era extranjero...
ANIMADOR —¡Señoras, señores! El caucho ha hecho tres grandes milagros. Primer milagro: ¡esta selva inhóspita ha sido transformada en un bello y acogedor paraje! Segundo milagro: ¡miles de automóviles ruedan hoy por las calles del mundo equipados con neumáticos de caucho! Sus bocinas son un canto al indetenible progreso de la humanidad. Y tercer gran milagro: ¡el maravilloso cantante Enrico Caruso ha estado esta noche con nosotros! Unas palabras, estimado Caruso...
CARUSO —Desde la lejana Italia, ¡un saluti per tutti! ¡Y que viva la ópera, y que viva el progreso, y que viva el caucho!
Caruso y los mármoles para los palacios venían de Italia. Del Lejano Oriente llegaban prostitutas para los señores del caucho. De Inglaterra, venía el whisky. Y de Francia, los modistos. En las oficinas de los empresarios del caucho, los pisapapeles eran gruesos lingotes de oro.
SAMBERO —¡Esta es alegría que nunca va a acabar!... ¡Esta es gloria! ¡Este es amoroso Manaus en su gran carnaval do caucho!! Pero, pero, pero... ¡Oh, no, meu Deus! ¡Oh, no! ¡Alguien se prepara a abandonar rica ciudad de Manaus! Alguien se lleva lo mejor do carnaval do caucho y se va... ¡Se escapa! ¡Huye! ¡Mírenlo! Se va... Oh, no, me dice el corazón que este carnaval va a terminar mal...
En el año 1873, el inglés Henry Wickham, que era dueño de bosques de caucho en el Amazonas, recibió un aviso de Inglaterra.
INGLES —Henry: todo preparado. Es asunto de vida o muerte. Ven con ellas. Cueste lo que cueste. Te esperamos.
Henry fue a buscarlas. Consiguió un buque de la Inman Line para embarcarlas en él. Se adentró dos mil kilómetros, navegando por las aguas del Amazonas, buscando las más jóvenes, las más bonitas, las que parecieran más fecundas... Las embarcó no sin dificultades. Y volvió a salir a la costa. En el puerto de Belem do Pará, las autoridades de aduana del Brasil detuvieron el barco, según ordenaban las leyes del país...
AGENTE —¡¿Hacia dónde se dirige, mister Henry?!
HENRY —Voy a mi patria, Inglaterra. ¡Voy a tomarme unas alegres vacaciones!
AGENTE —¿Podemos subir a bordo a revisar lo que lleva en su barco, mister Henry?
HENRY —Oh, sí, no problem!
AGENTE —Por lo que veo, viaja a Inglaterra en un barco vacío...
HENRY —Manías de viejo, amigos...
AGENTE —¿Y en ese cuarto tan cerrado? ¿Qué hay dentro? Tendremos que entrar para inspeccionarlo...
HENRY —¡Oh, no, eso no, por favor!
AGENTE —¿Qué es lo que lleva ahí?
HENRY —Ahí las llevo a... ellas.
AGENTE —¿Y quiénes son... ellas?
HENRY —Oh! Ellas son las orquídeas más hermosas del Amazonas. He elegido las más jóvenes y frescas para llevárselas al Rey de Inglaterra. Tiene el capricho de tenerlas en el jardín de Kew, en Londres, cerca de él. Las he instalado en un cuarto con la misma temperatura húmeda y caliente con que vivían en la selva. Si abro la puerta estas hermosas flores podrían enfermarse. Se dañarían, llegarían mal.
AGENTE —Ay, mister Henry, usted siempre tan original...
HENRY —Señores, a cambio de esta irregularidad que causo en sus reglamentos, les ruego acepten un banquete que he preparado a bordo. Comeremos a gusto ¡y brindaremos por ellas! ¿Qué les parece?
AGENTE —Encantados, mister Henry... ¡Ah, este inglés es un chiflado!
Unas semanas después, mister Henry Wickham llegó a Inglaterra...
INGLES —¿Qué tal, Henry? ¿Las traes? ¿Cómo llegaron?
HENRY —Sanas y salvas. Hermosas. Las mejores. Las más fértiles. Vienen intactas. Nadie les ha puesto un dedo encima.
AMIGO —Me muero de ganas de verlas.
HENRY —Aquí están.
Mister Henry abrió el cerradísimo cuarto del buque. Cuidadosamente envueltas en hojas de plátano y colgadas del techo para que las ratas no se las comieran, habían llegado a Inglaterra... las semillas del árbol del caucho del Brasil...
INGLES —¡Maravillosas! ¡Espléndidas!
Los ingleses habían decidido sembrar caucho en gran escala en una de sus colonias asiáticas, la lejana península de Malasia.
AMIGO —¡Bravo, Henry! ¡Les has tomado el pelo a los brasileños! Cada día el mundo necesita más y más caucho. Y nosotros vamos a venderlo más y más barato. ¡Estamos a las puertas de un grandísimo negocio!
El caucho que los ingleses sembraron a fines del siglo pasado en la península de Malasia terminó con la prosperidad brasileña y con el esplendor de Manaus. El caucho amazónico, que crecía silvestre en las selvas del Brasil, no resistió la competencia del caucho malayo. Los ingleses producían en mayor cantidad, más organizadamente, y a precios mucho más bajos.
HENRY —¡Queridos amigos, dear friends! ¡Están todos invitados ahora al alegre carnaval de Malasia!
DAMA —Y a Caruso... ¿también lo llevarán a cantar a Malasia?
Desde mediados del siglo pasado, hasta los comienzos de la primera guerra mundial: 70 años. Eso duró el esplendor de Manaus. Después, se apagaron las luces de la fiesta. La prosperidad se hizo humo y la selva volvió a cerrarse sobre sí misma. Los cazadores de fortunas emigraron hacia otras comarcas.
SAMBERO —Oh, cuántas saudade de Manaus... Oh, cuánta tristeza me da Belem do Pará... Se cerraron los palacios, volviéronse los monos, Caruso se fue al carazo... Todo acabó... Carnaval do caucho terminó. ¡Oh triste mañana de carnaval...
ABUELO —Así pasa, señora. En la vida es como en el carnaval. Todo se termina. Bonito tiempo aquel. Pero se acabó...
COMPADRE —Aunque lo peor de todo no es que se haya acabado, sino lo caro que costó. Porque, la locura del caucho costó carísima. Y la pagaron los seringueiros...
VECINA —¿Qué seringueiros?
COMPADRE —Los trabajadores del caucho, aquellos pobres campesinos del nordeste del Brasil que llegaron cuando empezaba este trágico carnaval... Aquellos que venían al fondo... Los últimos, ¿se acuerda? Esos, esos son los que pagaron la cuenta...
CAMPESINO —Mujer, aquí no hay trabajo, no hay comida. El caucho está dando trabajo. El caucho nos dará algo que comer. Vámonos a Manaus...
Los campesinos del seco nordeste, hambrientos, se embarcaban por miles hacia la selva húmeda. Al llegar, los esperaban los capataces de los señores del caucho...
CAPATAZ —Oigan bien: ¡el viaje que han hecho de allá para acá, lo pagarán trabajando de gratis este primer mes!
CAMPESINO —Y después... ¿ya empezaremos a cobrar algún dinerito? ¿Cuánto nos darán?
CAPATAZ —Aquí no hay dinero, ¿entendido? Aquí se paga con comida. Con harina. El que trabaja come. El que no trabaja no come. ¿Quieren comer más? Trabajan más. Si no, se les anota la deuda. ¿Está claro?
Los seringales pantanosos donde crecía el caucho enfermaban a los nordestinos hambrientos, que llegaban de un clima muy seco. En las madrugadas salían de sus chozas con varios cubos amarrados a la espalda, a treparse como monos por los árboles del caucho, herir su tronco para que manara la leche engomada, y después recogerla, transportarla...
CAPATAZ —Hay todo el aguardiante que quieran. Ayuda a soportar los mosquitos y el calor. ¿Quieren beber? Lo pagan trabajando. ¿Quieren más? Están en deuda. Y al que tenga deudas en una plantación, no se le da trabajo en ninguna otra finca. Y al que trate de escapar teniendo deudas, ¡pum, pum!, lo hacemos goma. De aquí no sale nadie, ¿me oyen? Hay policías en toda la orilla del río. Y tienen orden de disparar.
En la noche, los seringueiros cocinaban la goma en medio del humo ácido y repelente del caucho. El hambre, las deudas, las enfermedades los mataban por miles. Más de medio millón de nordestinos murieron, en el fondo de la selva, durante el esplendor del caucho, enfermos de paludismo, de tuberculosis.
VECINA —Eso sí que no lo contaban en el carnaval...
COMPADRE —Eso nunca lo cuentan... Mire, mire esta guía turística del Brasil... "La fabulosa ciudad de Manaus, en el corazón de la selva amazónica"... Mire estas fotografías: el teatro donde Caruso cantó. Y esta otra: el palacio del señor de qué sé yo quién. Eso es lo que enseñan. Pero, ¿dónde están los seringueiros muertos? ¿Dónde están los que se partieron el lomo trabajando allá como animales para sacar más y más caucho, para que los países ricos tuvieran más lindos automóviles? ¿Y no pasó lo mismo con el caucho de Iquitos, allá en la selva del Perú? ¿Y con el cacao en la ciudad de Bahia? ¿Y con el algodón, y con el café, y con todo...? Siempre hacen lo mismo: levantan hasta lo más alto cuando les convienen. Y dejan caer hasta lo más bajo cuando ya no les conviene. Así son estas gentes: saquearon el caucho, se dieron la gran vida, y cuando encontraron un lugar donde el negocio les salía mejor, se fueron, como el mister, con la música y las semillas a otra parte. Y todavía después, cuando "otro Goodyear" inventa el caucho sintético, se acaba con todo, con el Brasil, con Malasia, y con su madre sí hace falta... Levantan y dejan caer, levantan y dejan caer. Y ellos siempre arriba, gozando su carnaval.