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59- EL FANTASMA DEL LAGO
59- EL FANTASMA DEL LAGO
Descripción:

48- LOS TRECE Estaba ya cerca la fiesta de la Pascua.(1) Como cada año, al llegar la luna llena del mes de Nisán, los hijos de Israel volvíamos los ojos hacia Jerusalén, deseando celebrar dentro de sus muros la fiesta grande de la liberación de nuestro pueblo. En todas las provincias del país se organizaban caravanas. En todos los pue­blos se formaban grupos de peregrinos que se reunían para viajar a la ciudad santa. Jesús - ¿Por qué no vamos este año juntos, compañeros? Pedro - Apoyo la idea, Jesús. ¿Cuándo salimos? Jesús - Dentro de dos o tres días estaría bien, ¿no, Pedro? Juan, Andrés, ¿qué les parece a ustedes? Juan - No hay más que hablar. Vamos con los ojos cerrados. Pedro - ¿Y tú, Santiago? Santiago - Seremos muchos galileos en la capital para la fiesta. Algún lío podremos armar, ¿no? ¡En la Pascua es cuando las cosas se ponen calientes! Jesús - Entonces, ya somos cinco. Al día siguiente, era día de mercado, y Pedro fue a ver a Felipe el vendedor. Felipe - Bueno, bueno, pero ustedes van a Jerusalén ¿a qué? ¿A meterse en líos y hacer revolución... o a rezar? Aclárame eso, que yo entienda bien. Pedro - Felipe, vamos a Jerusalén y eso basta. ¿Vienes o no? Felipe - Está bien, está bien, narizón. Voy con ustedes. A mí no me pueden dejar fuera. Pedro - ¡Contigo ya somos seis! Y Felipe avisó a su amigo... Felipe - ¡Natanael, tienes que venir! Natanael - Pero, Felipe, ¿cómo voy a dejar el taller así? Además, todavía tengo callos de la otra vez, cuando fuimos al Jordán. Felipe - Aquel fue un gran viaje, Nata. Y éste será todavía mejor. Decídete, hombre. Si no vienes, te arrepentirás en todo lo que te resta de vida. Natanael - Bueno, Felipe, iré. ¡Pero entérate de que lo hago por Jerusalén, no por ti! Felipe - ¡Entonces seremos siete! En aquellos días, pasaron por Cafarnaum nuestros amigos del movimiento zelote, Judas, el de Kariot, y su compañero Simón. También se animaron a viajar a Jerusalén para la fiesta. Con ellos dos, ya éramos nueve. Juan - Oye, Andrés, me dijeron que Jacobo, el de Alfeo, y Tadeo, pensaban ir a la capital en estos días. ¿Por qué no les decimos que vengan con nosotros? Con Tadeo y con Jacobo, los dos campesinos de Cafarnaum, ya éramos once. Jesús - Oye, Mateo, ¿tú vas a ir a Jerusalén para la fiesta? Mateo - Sí, eso voy a hacer, Jesús. ¿Por qué me lo preguntas? Jesús - ¿Con quién vas, Mateo? Mateo - Conmigo. Jesús - Vas solo, entonces. Mateo - Me basto y me sobro. Jesús - ¿Por qué no vienes con nosotros? Estamos pensando en ir un grupo para allá. Mateo - ¡Puah! ¿Y quiénes son ese grupo? Jesús - Andrés, Pedro, los hijos de Zebedeo, Judas y Simón, Felipe... Ven tú también. Mateo - Esos amigos tuyos no me gustan nada. Y yo no les gusto nada a ellos. Jesús - Mañana salimos, Mateo. Si te decides, ven por la casa de Pedro y Rufina al amanecer. Te estaremos esperando. Mateo - Pues espérenme sentados para no cansarse. ¡Bah, eres el tipo más chiflado que me he topado en toda mi puerca vida! Tomás, el discípulo del profeta Juan, fue el último en enterarse del viaje. Su compañero Matías había regresado ya a Jericó mientras él se quedaba unos días más por Cafarnaum. Tomás - Yo tam-tam-también voy con ustedes. Me-me-me gusta mucho la idea. Aquel primer viaje que hicimos juntos a Jerusalén fue muy importante para todos. Pero, ¡qué ideas tan distintas teníamos entonces de lo que Jesús se traía entre manos, de lo que era el Reino de Dios! El sol todavía no asomaba por los montes de Basán, pero ya nosotros estábamos alborotando a todo el vecindario. Nos íbamos a Jerusalén a celebrar la Pascua. De nuestro barrio ya habían salido unos cuantos grupos de peregrinos. Y en los próximos días viajarían muchos más. Uno tras otro, con las sandalias bien amarradas para el largo camino, fuimos reuniéndonos aquella madrugada en casa de Pedro y Rufina. Pedro - Miren el que faltaba, compañeros… ¡Felipe! Oye, cabezón, ¿tú no venías a Jerusalén con nosotros? Felipe - Claro que sí, Pedro. Aquí me tienen. Uff, si me he demorado un poco, échenle la culpa a éste. No tiene grasa en las ruedas. Santiago - ¿Y para qué lo has traído? ¿No me digas que piensas ir a Jerusalén con ese maldito carretón? Felipe - Pues sí te lo digo, pelirrojo. Yo soy como los caracoles que viajan con todo lo suyo encima. Pedro - Pero, Felipe, ¿tú estás loco? Felipe - Estoy más cuerdo que ustedes. En estos viajes es cuando más se levanta el negocio, amigos. La gente lleva sus ahorritos a Jerusalén. Muy bien. Yo llevo mercancía. Ustedes rezando. Yo vendiendo. Un peine por acá, un collar por allá. A nadie le hago daño, que yo sepa. Santiago - No, no, no, Felipe. Quítatelo de la cabeza. No vamos a ir contigo empujando ese basurero. Ese carretón se queda. Felipe - ¡El carretón va! Santiago - ¡El carretón se queda! Felipe - ¡Si él se queda, me quedo yo también! Juan - Jesús, dile algo a Felipe a ver si lo convences. Tú te las entiendes bien con él. Entonces Jesús nos guiñó un ojo a todos para que le siguiéramos la corriente... Jesús - Felipe, deja el carretón y las baratijas. La perla vale más.(2) Felipe - ¿La perla? ¿De qué perla me estás hablando, Jesús? Jesús - ¡Shhh! Una perla grande y fina, así de gorda. Tú tienes buena nariz de comerciante. ¿Te interesa formar parte del negocio, sí o no? Felipe se rascó su gran cabeza y nos miró a todos con aire de cómplice. Felipe - Habla claro, moreno. Si hay que reunir dinero, yo vendo el carretón. Vendo hasta las sandalias si hace falta. Luego negociamos con ella y sacamos una buena tajada. ¿Cuánto piden por esa perla? Jesús - Mucho. Felipe - ¿Y dónde está? ¿En Jerusalén? Jesús - No, Felipe. Está aquí, entre nosotros. Felipe - ¿Aquí? ¡Ya entiendo, claro! Contrabando. ¿Tú la llevas, Juan? ¿Tú, Simón? Está bien, está bien. Juro silencio. Siete llaves en la boca. Ya está. Pueden confiar en mí. Pero, díganme, ¿cómo la consiguieron? Jesús - Escucha: Tadeo y Jacobo estaban trabajando en un campo. Metieron el arado para sembrarlo. Y de repente, se tropezaron con un tesoro escondido en la tierra. Felipe - ¿Un tesoro? ¿Y qué hicieron con él? Jesús - Lo volvieron a esconder. Fueron al dueño del campo y se lo compraron. Vendieron todo lo que tenían y compraron el campo. Así, el tesoro quedaba para ellos. Felipe - Pero, ¿cuál fue el tesoro que encontraron? Jesús - ¡La misma perla que te dije antes! Ellos la descubrieron. Felipe - ¿La perla? Las perlas se encuentran en el mar, no en la tierra. ¿Qué lío me estás armando tú, nazareno? Jesús - Escucha, Felipe: en realidad, la cosa comenzó en el mar, como tú dices. Pedro y Andrés echaron las barcas al agua. Y tiraron la red. Y la sacaron cargada de peces. Y cuando estaban separando los peces se llevaron una gran sorpresa porque... Felipe - ...porque ahí fue donde encontraron la perla. Jesús - Sí. Y lo dejaron todo, la red, las barcas, los peces. ¡Y se quedaron con la perla, que valía más! Felipe - Pero entonces, el tesoro del campo... Ah, claro, ya entiendo. Y entonces... Espérate. No entiendo nada. Cabeza grande, Jesús, pero poco seso. Aclárame el negocio. Jesús - El negocio, Felipe, es que todos nosotros hemos dejado nuestras cosas, nuestros campos, nuestras redes y nuestras casas por la perla. Deja tú también el carretón. Felipe - Está bien, está bien. Pero por lo menos enséñame la perla para... Jesús - La perla es el Reino de Dios, Felipe. Anda, deja tus cachivaches y ven a Jerusalén con las manos libres. Olvídate por unos días de tus peines y tus collares y celebra la Pascua con la cabeza despierta. Felipe - Así que, ni contrabando ni carretón. Pandilla de granujas, ¡si me siguen tomando el pelo, acabaré más calvo que Natanael! Está bien, está bien, lo dejaré al cuidado de doña Salomé hasta la vuelta. Cuando ya nos íbamos, llegó Mateo. Aunque todavía era muy temprano, ya andaba medio borracho. Santiago - ¿Qué se te ha perdido por aquí, apestoso? Jesús - Bienvenido, Mateo. Sabía que vendrías. Juan - ¿Que vendría a qué? Jesús - Mateo también viene con nosotros. ¿No se lo había dicho? Santiago - ¿Dices que este tipo viene con nosotros o es que he oído mal? Jesús - No, Santiago, oíste bien. Yo le dije a Mateo que viniera con nosotros. Santiago - ¡Al diablo contigo, moreno! ¿Y esto qué quiere decir? Jesús - Quiere decir que la fiesta de Pascua es para todos. Y que las puertas de Jerusalén, como las puertas del Reino de Dios, se abren para todos. Las palabras de Jesús y la presencia de Mateo nos sacaron de quicio. Santiago y yo estuvimos a punto de caerle a puñetazos. En medio del alboroto, Simón y Judas nos llevaron aparte. Judas - Cállate, pelirrojo. No grites más. ¿Es que no entiendes? Santiago - ¿Entender qué? Aquí no hay nada que entender. Jesús es un imbécil. Judas - Los imbéciles son ustedes. Jesús ha planeado la cosa demasiado bien. Juan - ¿Qué quieres decir con eso? Judas - La frontera de Galilea está muy vigilada, Juan. Temen un levantamiento popular. A todos nosotros nos tienen fichados. Y a Jesús, el primero. Yendo con Mateo, la cosa cambia. Llevamos más cubiertas las espaldas, ¿comprendes? Mateo conoce a todos esos marranos que controlan la frontera. Juan - ¿Y tú crees que Jesús lo haya invitado por eso? Judas - ¿Y por qué si no, dime? El tipo es astuto. Piensa en todo. Juan - Pero, Mateo, ¿por qué se presta al juego? Judas - Mateo es un borracho. Dale vino y te sigue como un carnero. Santiago - Tienes razón, Iscariote. Cada vez me convenzo más que con éste de Nazaret iremos lejos. ¡Es el hombre que necesitamos! ¡Ea, muchachos, vámonos ya! Tomás - No, no, espérense un po-po-poco. Juan - ¿Qué pasa ahora, Tomás? ¿Has olvidado algo? Tomás - No, no, no es eso. ¿Se han fi-fi-fijado ustedes cuántos somos? Santiago - Sí, somos trece. Con este puer... quiero decir, con este Mateo somos trece. Tomás - Di-di-dicen que ese número trae ma-ma-mala suerte. Pedro - Bah, no te preocupes por eso, Tomás. Cuando le corten el gañote a alguno de nosotros, seremos doce, número redondo, como las tribus de Israel. ¡Ea, compañeros, andando, Jerusalén nos espera! Éramos trece. Pedro, el tirapiedras, iba delante, con la cara curtida por todos los soles del lago de Galilea y la sonrisa ancha de siempre. A su lado, Andrés, el flaco, el más alto de todos, el más callado también. Mi hermano Santiago y yo, que soñábamos con Jerusalén como un campo de batalla en el que todos los romanos serían destruidos por la fuerza de nuestros puños. Felipe, el vendedor, llevaba en la cintura la corneta con que anunciaba sus mercancías y de vez en cuando la hacía sonar. No quiso separarse de ella. A su lado, como siempre, Natanael. El sol de la mañana relucía en su calva. Caminaba despacio, cansado antes de empezar la marcha. Tomás, el tartamudo, mirando a un lado y a otro con ojos curiosos. No hacía más que hablar con su media lengua del profeta Juan, su maestro. Mateo, el cobrador de impuestos, con los ojos rojos por el alcohol y el paso vacilante. Jacobo y Tadeo, los campesinos de Cafarnaum, caminaban juntos. Simón, aquel forzudo lleno de pecas, iba con Judas, el de Kariot, que llevaba al cuello su pañuelo amarillo, regalo de un nieto de los macabeos. Éramos doce. Trece con Jesús, el de Nazaret, el hombre que nos arrastró a aquella aventura de ir por los caminos de nuestro pue­blo anunciando la llegada de la justicia de Dios. Mateo 10,1-4; Marcos 3,13-19; Lucas 6,12-16. 48.1. Tres veces al año, con ocasión de las fiestas de Pascua, Pentecostés y las Tiendas, los israelitas tenían costumbre de viajar a Jerusalén. También viajaban hacia la capital multitud de extranjeros de los países vecinos. La fiesta de la Pascua era la que atraía el mayor número de peregrinos cada año. Como era en primavera, esto facilitaba el viaje, porque para febrero o marzo terminaba ya la época de las lluvias y los caminos estaban más transitables. Formaba parte esencial de los preparativos del viaje buscar compañía para el camino. Había muchos asaltantes de caminos y nadie se atrevía a hacer solo un viaje tan largo. Por eso se formaban siempre grandes caravanas para las fiestas. 48.2. Las perlas fueron un artículo muy codiciado en los tiempos antiguos. Simbolizaban la fecundidad: eran un fruto precioso de las aguas y crecían y se desarrollaban ocultas, como sucede con el embrión humano. Las pescaban buceadores en el Mar Rojo, en el Golfo Pérsico y en el Océano Índico y eran muy usadas en collares. Los tesoros escondidos son tema predilecto de los cuentos orientales. En el tiempo de Jesús tenían una base histórica. Las innumerables guerras que sacudieron Palestina a lo largo de siglos hicieron que mucha gente, en el momento de la huida, dejara escondido en la tierra sus posesiones más valiosas, hasta un posible retorno que no siempre ocurría. 48.3. El número doce tenía una significación especial en el antiguo Oriente. Seguramente, por el hecho de estar dividido el año en doce meses. En Israel, era considerada como cifra que designaba una totalidad y que sintetizaba, en un solo número, a todo el pueblo de Dios. Doce fueron los hijos de Jacob, los patriarcas que dieron nombre a las doce tribus que poblaron la Tierra Prometida. Una tradición muy antigua dentro de los evangelios recuerda en varias ocasiones que Jesús eligió a doce discípulos, como núcleo de sus muchos seguidores. Cuando en los textos del Nuevo Testamento se habla de “los doce”, se está haciendo referencia a doce personas individuales -de los que tenemos la lista de nombres- y a la vez, “los doce” es un símbolo de la nueva comunidad, heredera del pueblo de las doce tribus. El número doce es particularmente preferido en el libro del Apocalipsis: aparece en las medidas de la nueva Jerusalén y en el número de los elegidos, que serán 144 mil (12 × 12 × mil = totalidad de totalidades).

Libreto:
Era noche cerrada sobre el gran lago de Galilea. La luna, como una raja de naranja colgada en el cielo, apenas nos iluminaba las caras. Con Pedro, en su vieja barca pintada de verde, íbamos seis. En la otra barca que dirigía Andrés, iban los otros del grupo. Jesús no estaba con nosotros aquella noche. Cuando los doce subimos a las barcas, dijo que no quería venir y se alejó en silencio por una de las callejas oscuras que salían del embarcadero.

Pedro - Compañeros... esto está rarísimo... ¿Por qué se ha quedado en la ciudad, eh? ¿Por qué?

Tomás - Jesús le ti-ti-tiene miedo al agua de no-no-che. ¿No será por eso?

Santiago - ¡Pamplinas, Tomás! Aquí hay algo más serio. Miedo al agua, no. Eso es una idiotez. Pero miedo, sí. Jesús tiene miedo. Se le ve en los ojos.

Pedro - Pero, ¿miedo a qué, Santiago? ¿Por qué va a tener miedo?

Santiago - Las cosas se están poniendo feas, Pedro. Cada día el moreno está más fichado. Los fariseos lo odian y lo buscan. Este queso se está pudriendo.

Pedro - Pero, ¿qué están diciendo? Eso no puede ser. Jesús es valiente. Lo ha demostrado. ¿Por qué están tan seguros?

Santiago - Nadie está seguro de nada, Pedro, de nada. Estamos hablando solamente. Pero no me negarás que es muy raro que hoy nos haya dejado solos.

Tomás - ¿Y no-no-no será que se ha quedado a rezar? Jesús es muy rezador.

Pedro - Pero, ¿a santo de qué se va a quedar a rezar ahí? No, Tomás, eso no explica lo de esta noche.

Santiago - ¿Nos habrá traicionado? ¿Se irá a pasar al otro bando y no se atreve a decirlo?

Pedro - Pero, ¿cómo va a hacer eso él, pelirrojo? ¡Jesús es derecho como un remo! Tú estás loco. ¡No, eso no puede ser!

Felipe - A mí la idea que me anda dando vueltas por la cabeza es otra. Escuchen, compañeros, yo creo que Jesús está cansado de todo esto. Que está harto de decir que el Reino de Dios ya está cerca, que ya viene... pero no llega nunca. E1 ha hecho de profeta, se ha quedado sin saliva en la boca diciendo que las cosas van a cambiar. ¡Y ya ven, todo sigue igual! Y entonces...

Pedro - Y entonces, ¿qué? ¿Qué quieres decir con eso, Felipe?

Felipe - Quiero decir que un día de éstos, hoy por ejemplo, Jesús va a decir: ¡mundo amargo, ahí te pudras! ¡Y al diablo con el grupo, con la justicia, con el Reino de Dios y con todo! Se irá por un camino oscuro como ha hecho esta noche y no le volveremos a ver nunca más la barba.

Pedro - Pero, ¿qué estás diciendo? ¿De dónde has sacado esa idea, cabezón del demonio? ¡Jesús no puede hacernos eso! ¡Él no es así! ¡Él no es así!

Santiago - Está bien, Pedro, él no es así. Pero, ¿por qué no ha venido hoy con nosotros, eh?

Todas las palabras de aquella conversación se nos fueron colando dentro del pecho como el viento frío de la noche que hinchaba las velas y comenzaba a revolver las tranquilas aguas del lago. En la otra barca, Andrés, Judas, Simón y los demás, hablaban de lo mismo, con las mismas palabras, con las mismas preguntas. Después de un rato, todos nos quedamos en silencio. Sólo se oía el rumor del viento cada vez más fuerte.

Pedro - ¡Por los mil demonios del sheol, digan algo! ¡Prefiero una tormenta que esto de ir todos con la boca cerrada como muertos!

Entonces, como si hubiera oído el grito airado de Pedro, el viento empezó a zarandear con furia las dos barcas y las nubes comenzaron a descargar sobre el lago los rayos y truenos que guardaban escondidos en sus negras panzas.

Santiago - ¡Maldición! ¡Ya me decían mis narices que iba a haber tormenta! ¡Agarra bien la vela, Juan!

Tomás - ¿Qué-que-que es esto?

Pedro - ¡Qué va a ser, Tomás! ¿No creerás que es una fiesta, verdad?

Tomás - ¿Nos ahoga-ga-garemos?

Santiago - ¡Sí, caramba, nos ahogaremos! ¡Y tú el primero, si no cierras el pico!

Andrés - ¡Eh, Pedro, suelta un poco la vela! ¡Pedro!

Pedro - ¡Aléjate un poco, flaco! ¡Vamos a chocar!

Las olas, gigantescas como montañas, saltaban por encima de nuestras cabezas, empapándonos una y otra vez hasta los huesos. La barca que dirigía Andrés, envuelta en un remolino de viento, comenzó a acercarse demasiado a la nuestra, girando locamente como un trompo.

Pedro - ¡Maldita sea, Santiago! ¡Suelta más esa vela! ¡Nos vamos a estrellar!

Santiago - ¡Quítate de ahí, Tomás! ¡Agarra bien, Juan! ¡Más duro, más duro!

La quilla chirriaba como un alma en pena. Las olas levantaban las barcas dejándolas caer con estrépito sobre la superficie. Mientras Felipe y Natanael sacaban a toda prisa el agua que entraba sin cesar por los costados, Tomás, dando un grito espantoso, abrió los brazos y se desmayó, cayendo sobre las cuerdas de popa...

Tomás - ¡Ayyy!

Santiago - ¡Uno menos! ¡Agarra bien, Juan! ¡Eh, cuidado, cuidado!

Santiago y yo tratábamos de controlar la vela, pero entonces el viento hizo crujir el mástil partiéndolo por la mitad.

Pedro - ¡Estamos perdidos! ¡Nos vamos a ir todos al fondo del lago! ¡Jesús lo sabía y por eso nos dejó solos! ¡Nos dejó solos! ¡Estamos perdidos!

Cuando nuestra barca empezaba a hacer agua por los cuatro costados, Andrés chilló con más fuerza que los mismos truenos…

Andrés - ¡Eh, miren allá! ¡Miren allá! ¡Allá, hacia la orilla!

Felipe - ¡Es un fantasma! ¡El fantasma del lago! ¡Viene a buscarnos!

Pedro - ¿Qué es eso, Santiago? ¿Tú lo ves también? ¿Y tú, Juan?

Santiago - ¡Claro que lo veo! ¡Y viene hacia acá!

Felipe - ¡Vete, fantasma, vete! Espérense, yo me sé una oración contra los fantasmas... Ay, cómo era que empezaba... Ah, sí… “¡Fantasma, te digo, que Dios está conmigo! ¡Fantasma, te digo, que Dios está conmigo!”

Santiago - ¡No seas baboso, Felipe!

Caminando sobre las revueltas aguas del lago, una figura blanca y luminosa avanzaba muy despacio hacia nuestras maltrechas barcas. La luna había apagado de repente su débil luz. Y el mar parecía una inmensa boca negra dispuesta a tragarnos. Tomás, que se había despertado ya, temblaba agarrado al pedazo de mástil que quedaba en pie. Estábamos aterrados y no teníamos ojos más que para aquella misteriosa figura. De repente, el fantasma habló...

Jesús - No tengan miedo. ¡Soy yo! ¡Soy yo!

Tomás - ¿Y qui-qui-quién es yo?

Felipe - “¡Fantasma, aleja, que Dios no me deja! ¡Fantasma, aleja, que Dios no me deja! ¡Fantasma, aleja, que Dios no me deja!”

Jesús - ¡Muchachos, soy yo! ¡No tengan miedo!

Santiago - Pedro, esa es la voz de Jesús. ¡Es él, es él!

Cuando reconocimos a Jesús, las aguas del lago se tranquilizaron y el viento dejó de soplar. Nuestras barcas volvieron a mecerse suavemente sobre las olas.

Pedro - ¡Jesús, si eres tú, dime que vaya hasta donde estás!

Jesús - ¡Ven, Pedro, ven!

Al oír la orden, Pedro saltó de la barca y comenzó a andar sobre el lago al encuentro de Jesús.

Pedro - ¡Miren! ¡Puedo andar sobre el agua! ¡Miren! Con un pie... con el otro... ¡Yupi! ¡Soy el tipo más listo de todo Cafarnaum y de toda Galilea! ¡Yupiii! ¡Miren esto, señores!

Pedro hacía piruetas sobre las olas acercándose a Jesús, cuando, de repente, un trueno abrió de lado a lado la bóveda del cielo y el viento empezó a batir las aguas en un loco torbellino. Pe­dro, aterrado, comenzó a hundirse.

Pedro - ¡Échame una mano, moreno! ¡Jesús, sálvame, que me ahogo! ¡Ahggg!

Jesús, caminando tranquilamente sobre las olas se acercó a Pedro y lo agarró por una mano.

Jesús - ¡Qué poca fe tienes, Pedro! A ver, ¿Por qué has tenido miedo? ¿Por qué has tenido miedo?

Pedro - ¡Tuve miedo porque me ahogaba! ¡Me ahogaba! ¡Me ahoga... me ahoga... me aho...!

Rufina - ¡Pedro, Pedro ¿qué te pasa?! ¡Vas a despertar a los muchachos! Pero, mira cómo te has enrollado en la estera, como un caracol... ¡Despiértate, hombre!

Pedro - Ah... es que el mástil... era horrible. Ay, Rufi, si estás aquí... Uff, ¡qué descanso! ¡Él nos salvó, Rufi, él nos salvó!

Rufina - Pero, hombre, tranquilízate, Pedro. Y no grites más que la abuela Rufa tiene el sueño más ligero que una mosca.

Pedro - Ay, Rufi, ay, qué descanso. ¡Estamos a salvo! Rufina, esta noche lo he entendido todo. Él es el hombre.

Rufina - Pero, ¿qué estás diciendo?

Pedro - Rufi, mira, íbamos en la barca. Vino una tormenta espantosa. Teníamos miedo. Estábamos solos. Se nos rompió la vela, se nos rompió el mástil. Se nos rompió también la confianza. Todo estaba perdido. Entonces vino él...

Rufina - Pero, ¿de quién demonios me estás hablando?

Pedro - De Jesús, Rufi. Cuando me ahogaba, él me agarró de la mano y me salvó. La tormenta se acabó. Y también se acabó el miedo. Estábamos salvados.

Rufina - Muy bonito, muy bonito... Parrandeando toda la noche ¿no? ¿Se puede saber, buen sinvergüenza, a qué hora te viniste a acostar tú, que yo no te sentí?

Pedro - Pero, Rufi, ¿es que no entiendes? ¡Esto ha sido una señal! ¡Jesús es el hombre!

Rufina - ¿Qué hombre, Pedro? ¿Qué quieres decir con tanto misterio?

Pedro - Oye lo que te digo, Rufi. Abre las orejas y guárdate bien adentro esto que te voy a decir, bajo siete llaves, sólo para ti. Yo creo que Jesús es el Mesías.

Rufina - Pero, ¿qué estás diciendo, demonio de hombre? A ver... ¿tienes fiebre?

Pedro - ¡No! ¡Nunca estuve más contento! ¡Se acabaron las tormentas, Rufi! ¡Se acabó el miedo!

Rufina - ¡No grites más, condenado! Mira, olvídate de eso, desenrolla esa estera y duérmete. Mañana tendrás otra vez la cabeza en su sitio.

Pedro se echó sobre la estera. Pero al recostarse, se sentó de nuevo, como empujado por un resorte.

Pedro - ¡Rufina! ¿Y si esto no fuera sólo un sueño?(1) ¿Si fuera algo más?

Rufina - Claro que es algo más. Es una pesadilla.

Pedro - No, Rufi. En mi vida había visto una tormenta tan espantosa, ni un mar más alborotado.(2) En mi vida tuve tanto miedo y en mi vida tampoco me sentí más seguro que cuando él me agarró de la mano. ¿Y si no fuera un sueño? Oye, Rufi, ¿tú estás aquí, no? ¿Estás a mi lado?

Rufina - Pues claro que estoy aquí. Y con los ojos que se me cierran...

Pedro - Pero, ¿estás segura? ¿No será que ahora es cuando estamos soñando?

Rufina - Oye, Pedro, el primer gallo. Déjate de enredos. Anda, acuéstate de una vez y échate otra cabezada hasta que vuelvan a cantar. Y deja que yo me la eche también. Estoy molida.

Pedro - Bueno, pero mañana te seguiré contando. Y no se lo digas a nadie. Yo creo que esto no fue un sueño... yo creo...

Rufina - Hummm... Sí, eso, mañana me lo contarás… mañana...

Pedro cerró los ojos y se quedó nuevamente dormido. Más tarde, muchos años después, me contó todo esto. Entonces aún no sabía decirme lo que había pasado aquella noche. Pero lo recordaba como algo vivo y caliente, tan vivo y tan caliente como la mano de Jesús en la que se había apoyado para no hundirse en las aguas revueltas del lago.

Mateo 14,24-33; Marcos 6,45-52; Juan 6,15-21.

1. A lo largo de toda la Biblia, el sueño aparece como un momento en el que Dios se revela al hombre. Al contar los sueños de los que Dios se valió para dar a conocer sus proyectos, las páginas de la Biblia reflejan un punto de vista sobre la vida, habitual en Israel y en la mayoría de los pueblos antiguos, que creyeron que por el camino de los sueños Dios llegaba al hombre y el hombre a Dios. En el Antiguo Testamento abundan los ejemplos de sueños que revelan al hombre lo que Dios quiere de ellos (Génesis 28, 10-22 y 37, 5-11; Números 12, 6-8). Los sabios de Israel aconsejaban discernir el sentido de los sueños (Eclesiástico 34, 1-8).

2. Al escribir, los evangelistas utilizaron distintos estilos y en las páginas de los evangelios se encuentran narraciones históricas, esquemas de catequesis, textos basados en historias del Antiguo Testamento, relatos simbólicos. El relato de Jesús caminando sobre las aguas contiene un mensaje simbólico. El mar para la mentalidad israelita era como la cárcel en donde habían ido a parar, derrotados por Dios al comienzo del mundo, los demonios y los espíritus malignos. Entre ellos destacaba el poderoso Leviatán, monstruo terriblemente peligroso. La idea negativa sobre el mar atraviesa toda la Biblia. Cuando el Apocalipsis, el último libro de la Biblia, describe cómo será el mundo futuro dice que allí no habrá mar (Apocalipsis 21, 1). Para la mentalidad israelita, Dios tiene poder sobre todos los espíritus del mar y Leviatán es para él como un juguete (Job 40, 25-32). Los evangelios quisieron expresar que Jesús también tenía ese poder porque Dios se lo había dado.

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