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Con Voz Propia: Juan Gelman
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Adiós a Juan Gelman Por José Emilio Pacheco [1] No hay datos en la memoria reciente que nos permitan comparar la resonancia de la muerte de Juan Gelman con la de ningún otro de nuestros poetas contemporáneos. Nacido el 3 de mayo de 1930 en Villa Crespo, que es hoy un barrio central de Buenos Aires, Gelman fue hasta el 14 de enero el mejor poeta vivo de la lengua y a partir de ese día se ha vuelto uno de nuestros clásicos modernos. 1930 y el futuro Vino al mundo seis meses después de que la quiebra de Wall Street señaló el comienzo de la gran crisis económica que la Historia recoge bajo el nombre de la Depresión. Sus contemporáneos fueron el pintor Jasper Johns, el cineasta Clint Eastwood, Sean Connery, Neil Armstrong –primer astronauta que caminó en la Luna–, Harold Pinter, Jean-Luc Godard y Jean-Louis Trintignant. En El ángel azul surgió como gran estrella Marlene Dietrich. Los libros del año son la Autobiografía de Trotsky, La civilización y sus descontentos de Freud y dos novelas que no han dejado de leerse: Mientras agonizo de William Faulkner y El halcón maltés de Dashiell Hammett. En su camino hacia el poder los hitlerianos apedrearon las tiendas judías en Berlín. En Detroit se reabrieron las armadoras de automóviles y 150 mil obreros recuperaron su trabajo. Empezó un movimiento en contra de la prohibición de bebidas alcohólicas que sólo había logrado aumentar la fortuna gangsteril y el número de bebedores. El consumo de cigarros ascendió a 11 mil millones. Murieron sir Arthur Conan Doyle, Ana Pavlova y D. H. Lawrence. Stalin justificó la purga de 6 mil 500 miembros del Partido Comunista supuestamente por ser partidarios de Trotsky. La joven pareja ucraniana del señor Gelman y su esposa decidió emigrar a Argentina porque si antes vivieron bajo el terror de los pogroms, los asaltos de bandas contra tiendas y hogares judíos, al término de su juventud y con varios hijos su matrimonio se vio amenazado por las medidas stalinianas para imponer el socialismo. Argentina, gracias en parte a las grandes inversiones inglesas, tenía niveles de vida europeos. No era, como las demás repúblicas, una simple exportadora de materias primas, sino alimentaba a Europa con su carne y su trigo. Su gran capital, Buenos Aires, comparable a Londres y a París, era un modelo inalcanzable para el subcontinente. Pero en aquel 1930 de la Depresión el golpe del general José Félix Uriburu, quien derrocó al presidente radical (“radical” en el sentido argentino), desató una crisis cuyas consecuencias se resienten hasta hoy, una sucesión de gobiernos militares y una inflación irrefrenable. Tres momentos de Perón Gelman tenía 16 años cuando las masas peronistas movilizadas por Eva Duarte llevaron al general Juan Domingo Perón a la presidencia. Evita murió en 1952 y Perón fue derrocado en 1955. Veinte años después volvió brevemente a la Casa Rosada. Murió en 1976 y su viuda Isabel, manejada por su brujo particular José López Rega, precipitó a la Argentina en el horror de los campos de muerte, la más extrema violencia y la tortura. La guerrilla no logró, ni podía lograr, vencer a los genocidas. De ello se encargó el ejército de lady Thatcher en la guerra de las Malvinas (1982). Los generales que más se habían encarnizado en secuestros y tormentos también fueron los que más cobardes se mostraron ante el embate del cuerpo expedicionario británico, apoyado por Ronald Reagan. “Cólera Buey” En 1955 Gelman fue parte de una agrupación de jóvenes poetas comunistas reunidos en El Pan Duro. Publicó su primer libro, Violín y otras cuestiones que halló su modelo en un autor de los años veinte: Raúl González Tuñón. Es poesía de la ciudad, prosaica y crítica, pero escrita con la habilidad de un niño que, como todos los de su época, se adiestró en la versificación de los poetas populares, como Almafuerte. Tras El juego en que andamos (1958), Velorio del solo (1961) y Gotán –es decir, “tango” en “vesre”– (1962) en que ya aparece su fluida conexión entre lo culto y lo popular, pues no tiene reparos en llamar a sus poemas con títulos de tangos clásicos –“Mi Buenos Aires querido” y “Anclao en París”–, Gelman da a la imprenta Cólera Buey (1968), uno de los libros centrales de la década y obra insignia de una generación que va del propio Gelman hasta Eduardo Lizalde y Enrique Lihn (ambos de 1929) y, en el extremo opuesto, a Antonio Cisneros (1942-2013), el más joven del grupo. Gelman y el periodismo En esta época Gelman tiene su más brillante actividad como periodista: jefe de Redacción de Panorama, director del suplemento de La Opinión, secretario de Redacción de Crisis y de nuevo jefe de Redacción de Primera Plana. Su labor en prosa, sostenida hasta la semana anterior a su muerte, es tan vasta como su obra poética e incluye volúmenes muy importantes, como Ni con el flaco perdón de Dios, en que colaboró con su esposa Mara Lamadrid. La producción poética crece en vez de mermar o detenerse. Inicia la serie de Comentarios (1979), un sorprendente diálogo con los místicos españoles, como san Juan de la Cruz; y Citas, del mismo año, una compenetración casi sexual con santa Teresa. Dos crímenes y una ruptura El 26 de agosto de 1976 su hijo Marcelo Ariel y su esposa Claudia, ambos de 20 años, fueron secuestrados en Buenos Aires y asesinados poco después en dos diferentes campos de exterminio. Allí nació la hija de ambos que, como muchos otros bebés, fue entregada a un policía uruguayo que la crió como si de verdad fuera su niña. Gelman logró recuperar a su nieta Macarena tras muchos años de búsqueda. Había ingresado al grupo Montoneros que en 1980 lo envió a Europa para exhibir en las publicaciones de allá los crímenes de la junta militar. Respetó el heroísmo personal de los guerrilleros pero hizo una crítica demoledora de la organización que se militarizó y perdió el rumbo. Los Montoneros no perdonaron la crítica y condenaron a muerte a Gelman, falta que más tarde fue revocada. Pero él ya no pudo regresar a la Argentina. Comenzó un prolongado y doloroso exilio que lo llevó a refugiarse en varios países. Su trinchera, su refugio y su autodefensa fue la poesía. Inventó poetas con todo y sus poemas (Sidney West, José Galván y Julio Grecco, entre otros). Uno de sus libros más dolientes y bellos es Bajo la lluvia ajena (Notas al pie de una derrota), poemas en prosa escritos en Roma, quizá la autocrítica más feroz que se ha hecho del intento guerrillero argentino. Así como la imposición del realismo socialista culminó en la URSS con la obra de un novelista formado dentro de esta corriente: el Archipiélago Gulag de Solyenitsin, la poesía comprometida de Hispanoamérica terminó hasta el momento con esta condenación de Montoneros hecha por un montonero que al mismo tiempo resultaba un gran poeta. (Fuente: Página/12, jueves 30 de enero de 2014. Contratapa)

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